La familia quedó desmembrada por la violencia paterna y la marginalidad de la pobreza. Casi cincuenta años después, una de las hermanas intenta culminar el rompecabezas: dar, por fin, con la última gota de sangre e identidad perdida. DIARIO DE CUYO habló con María Poblete, sanjuanina, pero que actualmente vive en el último confín meridional del mundo urbanizado: Ushuaia. Busca reencontrarse con su hermana, Nancy Beatriz Poblete, quien quizás no tenga ese nombre.
En 1959 nació en San Fernando (Buenos Aires), Nancy, hija de los sanjuaninos Dino Onofre Poblete y Rosa Marinero, oriundos de las localidades iglesianas de Rodeo y Angualasto, respectivamente. Un matrimonio signado por el dolor provocado por el esposo a fuerza del maltrato físico y la manipulación psicológica.
El nacimiento de Nancy no fue el primero ni el último. Dino y Rosa tuvieron nueve hijos, algunos oriundos de San Juan, otros, de lejanas tierras bonaerenses. Luego de casarse y criar varios hijos, Dino decidió que la familia se mudara a Buenos Aires. Las oportunidades laborales en la provincia cuyana escaseaban y la gran urbe ofrecía el imaginario del sueño del argentino. Partir, fue para Rosa y sus retoños, un momento emocionalmente destructivo.
La despedida del zonda y su polvareda obligó a que su hija menor, Nancy, quedara en San Juan al cuidado de sus padrinos, el matrimonio Baldovino. No hubo consuelo para Rosa, aunque sí un futuro inmediato aciago. Una vez en Buenos Aires, Dino dio con un trabajo de guardia penitenciario -quizás la mejor labor para sublimar los cosquilleos de sus manos que siempre terminaban en golpes a su esposa. Sin embargo, los maltratos y vejaciones no cesaron. Procurando el cuidado de los hijos que viajaron con ellos, Rosa recibía constantes palizas. Muchas de ellas culminaban en abortos espontáneos de fetos engendrados mediante agresiones sexuales.
Los años pasaban y la infeliz pareja no regresaba a la provincia a pesar de los ruegos de Rosa. En un acto de rebeldía, ella decidió poner fin a la relación con Dino, regresar a San Juan con sus hijos y buscar a Nancy, que había sido dejada en la provincia cuando tenía un año y medio. A su llegada, Baldovino interpuso abogados y comenzó una breve trifulca legal -Rosa no tenía la posibilidad de enfrentar a nadie. El pedido del padrino Baldovino era el pago de una manutención, ya que habían pasado 10 años desde el momento en que Nancy quedó a su cargo.
El relato de María, que acompañó a su madre a buscar a Nancy es desgarrador. Luego de la judicialización, hombres de traje lustrosos y portafolio, arrancaron a Nancy de las manos de su madre. La menor, en ese momento de 11 años estaba muy confundida y su palabra, fiel al estilo judicial de aquella época, no fue escuchada. Fue la primera y última vez que María vio a su hermana, porque nació varios años después -en 1963- y no presenció los primeros pasos de Nancy.
Ahora, con 55 años, María la busca desde Ushuaia, tierra que habita desde hace 20 años, cuando se separó de sus padres. Cualquier dato sobre el paradero de Nancy, o al menos que le comuniquen si está bien, si sigue viva, es bienvenido para romper con la incertidumbre que desata un insomnio que la desvela. No tiene siquiera la certeza de que su hermana continúe apellidándose Poblete. Pasaron 49 años desde una visita que se transformó en recuerdo y que, espera, no sea el último retrato que conserve su memoria.