Por Juan Jaime Eduardo Peñafort
Licenciado en Filosofía, Director del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía Humanidades y Artes de la UNSJ.
Celebro la idea que la poesía se difunda en espacios públicos de la ciudad, pero estimo que
la implementación feliz del proyecto requiere resolver el gran desafío de armonizar la creatividad artística con la espontaneidad de habitante; determinar si la pared se va a convertir en el soporte de un mural / cartel tradicional o una experiencia de arte callejero. Con la primera opción se han ganado batallas en muros muy disputados, además se prolonga con la pulcritud incorporada como un elemento de la imagen de San Juan. Sin embargo se debe resolver el tipo de poesía que se va a difundir. La poesía no siempre es agradable y es el medio de expresión de los más terribles dolores. Para pensar el camino opuesto, evoco la manzana que recorro diariamente que entre múltiples grafitis deja leer un verso de Mario Benedetti. Como a todo el mundo no le gusta Benedetti o el mensaje de ese poema, es posible que alguien lo borre – hecho que también se podría considerar como una acción poética -.
El arte callejero juega con la sorpresa del transeúnte y la libertad de expresión. Si algo ha enseñando Internet, sin embargo que el anonimato es el canal más apto para dar rienda suelta al odio. El trabajar con la poesía consagrada impide el libre desarrollo de la creatividad, alienta competitividades y se vuelve dogmática. ¿Cómo establecer los límites entre lo permitido y lo prohibido sin matar la poesía? La duda persiste y la deberán resolver, como siempre lo han hecho, los artistas. Un camino posible lo ha señalado Blu, utilizando lienzos en los que se pueden expresar diversas cosas y en diversos lugares – haciendo justicia con la idea que ciudad es de todos, pero que los grupos ocupan distintos sectores -.
