A la edad en que otros chicos piensan en bailes y salidas, José Marzano se convirtió en el dueño de una pequeña bicicletería. "A los 17 años mi padre me compró un tallercito y me dijo que esa iba a ser mi herencia y que si la cuidaba, seguro que iba para arriba", contó Marzano padre, reparando el italiano del abuelo visionario. Y la predicción fue acertada, porque el pequeño negocio fue creciendo desde aquel pequeño taller hasta convertirse en una fábrica que envía bicicletas a todo el país. "Como yo iba a todos los campeonatos argentinos, me conocían y empecé a hacer cuadros de carrera a medida. Empecé con los cuadros y después seguí con las bicicletas", relató este hombre que a los 20 años, tuvo que cerrar su negocio "porque me tocó la colimba".
Pero la pausa no fue un obstáculo en el camino, porque después de 1 año y 2 meses de servicio militar, abrió a muy pocas cuadras de donde se encuentra actualmente el salón de venta. "Primero alquilé una piecita, después otra, después la esquina y por último la casa de al lado, que fue mi primer hogar porque ahí me casé". El terremoto de 1944 tiró abajo la construcción de adobe que servía de taller y la nueva construcción recién empezaba a levantarse. Recordó José que tuvo que poner un tinglado y vivir en la parte del fondo, para poder seguir adelante.
La marca Marzano tiene bicicletas de todo tipo: competición, mountain bike y otras, pero sin duda su especialidad son las bicicletas para niños. Mercedes, su esposa, fue y es el gran pilar que apuntaló la empresa y la que sirvió de guía para que, uno a uno, los hijos fueran incorporándose a medida que terminaban la escuela secundaria. Hoy los cuatro tienen sus respectivas familias, pero siguen trabajando en la industria familiar codo a codo con sus padres. Incluso dos de ellos (Mariela y José David) llegaron a ser corredores de bicicleta e incluso Mariela fue campeona argentina.
"Como en toda familia, a veces hay desencuentros, pero se trabaja bien", dijo la mayor, Elizabeth, que fue la primera en llegar a la firma. Relató que aprendió de la mano de su padre, al igual que sus hermanos, y que eso es un bien que no tiene precio.
"La responsabilidad en el trabajo, la unión familiar y tirar todos para el mismo lado, compartiendo los negocios y la disciplina del deporte son las grandes enseñanzas que nos regaló nuestro padre", concluyó Elizabeth.

