Primer postal. La delegación la integran 16 veteranos más Stella Maris Montaño, hermana de Agustín Hugo Montaño, sanjuanino fallecido en las Islas.

 

 

“Que nadie se atreva a exhibir una bandera como ésta; resulta una ofensa para cualquiera que viva acá”. La frase, con acento chileno, retumbó en la pequeña sala de Migraciones de Mount Pleasant, en Puerto Stanley (Argentino), la base militar que recibe también vuelos comerciales. En sus manos desplegaba una bandera grande argentina con la inscripción “Centro de Veteranos de Escobar” y otra más chica con la imagen de las islas. Por supuesto, en ambas se veía la leyenda “Las Malvinas son argentinas”.

Nadie supo ni quiso explicar si esa bandera fue secuestrada en las últimas horas o era una poco cortés manera de mostrar quién manda por estos lares. Y, que tamaña irrupción fuera ejecutada por un chileno, no fue algo que pasó desapercibido en el comentario posterior de los circunstanciales pasajeros que hacía escasos minutos habían aterrizado, el 90% argentinos.

La forma, pero fundamentalmente el tono, no cayó bien. Los veteranos sanjuaninos miraron, se sorprendieron pero ni una palabra fuera de lugar. Respeto total. Más allá que les duela en el alma, saben que no pueden andar con elementos de ese tipo, y el grupo lo charló en la intimidad antes de arribar al archipiélago. Y si lo hacen, tiene que ser en privado o en algún lugar donde un ciudadano local no vea. Son las reglas y estrictamente las respetan.

 

Viaje y el sentimiento a flor de piel

Allí estaban. “Tras su manto de neblinas”. Exactamente eran las 13:53 del sábado 10 de marzo de 2018. Por la ventanilla del avión la silueta de las Islas Malvinas. Fue el primer pico de emociones, de sonrisas mezcladas con algo de dolor. Y todo fue un reguero de expresiones.

El jachallero Duilio Dojorti mira y recuerda inmediatamente que el 6 de abril de 1982 que llegó a Malvinas llovía mucho, hacía frío. José Guevara agacha su cabeza, sonríe tan grande como puede, es que no puede creer que está a punto de pisar sueldo malvinense. A algunos, el ala del avión no los deja ver bien. Se levantan y se enciman a otros para lograr la primera toma.

Carlos Rubina (tiene en su haber ser uno de los combatientes argentinos que más aviones ingleses derribó con su cañón) adelanta al grupo en el pasillo del avión, baja las escaleras y pisa la pista; el primero en hacerlo. “Estamos en Malvinas, ¡por fin!”, dice más atrás Sergio Arabel, en voz tenue para que nadie mire de reojo.

Quien baja y no emite casi una palabra es Osvaldo Escalona, únicamente mira y trata de reconocer una escenografía radicalmente opuesto a la que le tocó ver en el”82. Cada uno lo vive sereno, ninguno se quiebra pero la emoción se nota en los gestos.