Por Mario Luis Romero – Enviado Especial

 

 

El segundo día de los veteranos sanjuaninos en Malvinas arrancó con sol y sin viento, y pasadas las 11 cambió radicalmente para ser protagonistas el cielo encapotado, la llovizna y las fuertes ráfagas. Así y todo, el itinerario no se movió una línea.

 

Tras pasar y reconocer algunos edificios claves de Stanley, como el correo, la policía, las dos iglesias, la casa del gobernador, entre otros; el grupo emprendió camino hacia la zona más rural lindante con el viejo aeropuerto, aquel que utilizaron las milicias argentinas en la guerra y que el enemigo no pudo destruir.

 

 

En el lugar se observan vestigios de guerra, no tantos como en otros montes en virtud que allí hubo enfrentamientos pero no largas batallas, como sí pasó en otros puntos del archipiélago. Fue un momento emotivo por tratarse de lugares en que los veteranos empezaron a recordar detalles de la guerra.

 

Luego llegó un momento más relajado. Una zona paradisiaca distante a unos 8 kilómetros de la parte urbana, en Puerto Stanley, donde los veteranos se movieron por lugares con aguas cristalinas aunque sin poder acceder a la playa por ser sitios cercados por la presencia de minas. También había amigables pingüinos, algunos en sus cuevas a centímetros de todos.

 

 

Igual, kilómetros al Sur de la Isla, una playa de arena blanca invitó a estar a metros de un bravío mar alimentado por el fuerte viento. Para el recuerdo, no faltaron las fotos y alzarse con un poco de esa arena en un bolsillo, como recuerdo.

 

También visitaron el faro más austral del mundo que funcionó hasta el 1 de abril de 1982 y que, según explican, habría sido ordenado su cese de tareas por el gobernador de Malvinas sabiendo del desembarco argentino y buscando que el faro no sirva de referencia para las naves. Hoy es un atractivo turístico porque tiene casi dos siglos.

 

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