Recibir el certificado que acredita que cumplieron el cursado de operador de PC es mucho más significativo y relevante para los 12 internados en Lihue, la ONG dedicada a la prevención, capacitación y rehabilitación de adicciones.
Los egresados están acompañados por otros compañeros, que se encuentran en etapa ambulatoria, y la mayoría va aportando frases para dar una noción de lo que implica pasar por dicha experiencia. Es obligatorio preservar sus identidades, pero no tienen problemas en contar algunos fragmentos de sus historias. Y luego de argumentar la enorme satisfacción que tienen por recibir el certificado porque también demuestra que pueden cumplir objetivos, empiezan a hablar del tratamiento. “Está dividido en tres etapas. Primero es el aislamiento, que va de uno absoluto a una pequeña reinserción, que se acentúa en la segunda etapa. Ahí podemos usar teléfono, manejar plata, llaves, tener salidas nocturnas. Y la tercera es saber como revertir las cosas que nos llevaron a la enfermedad”, sintetizan.
Si bien el abanico de edades es amplio -la más joven tiene 14 años y el mayor, 54- sólo 3 de los 15 presentes supera los 20 años de edad.
“Es la quinta generación, la camada más numerosa desde que comenzamos con el proyecto”, afirma el profesor, Nestor Saquilán, más que orgulloso en la sala de UPCN donde se dictaron las clases, mientras todos aguardan para cruzar al recinto donde se realizará el acto de colación. La expectativa es también particular porque será la oportunidad, para algunos, de poder estar en contacto con sus familiares.
Por lo que van contando, la primer etapa es la que significa el desafío más grande. Y así es que están acostumbrados a ver muchos que entran y luego parten al poco tiempo. “El último entró ayer a la mañana y se fue a la tarde. Y no es chiste”. Aclaran que es realmente clave asumir la enfermedad para avanzar en el tratamiento. “Cuando ves que estás estancado, que no tenés ningún propósito o no podes hacer nada por alcanzarlos, te empezás a dar cuenta”. Es el caso de una de las adolescentes de 16 años, quien ingresó hace dos años, se fue a las tres semanas y sentencia: “Ahora regresé porque me di cuenta que sola no podía salir, a pesar que lo intenté varias veces”. Es su primer semana. El que lleva más tiempo es Ricardo, de 17 años, con un periodo de 1 año y 3 meses. Coinciden que no es fácil aceptar la situación. “El que no tiene voluntad, no se queda. El valiente está adentro, el cobarde en la calle. Hay que estar con los pantalones bien puestos para quedarse”.
Y entonces sí, quienes permanecen en el tratamiento se van conociendo. “La mayor parte del tiempo la actividad es grupal. Son grupos para empezar a hablar y a trabajar terapéuticamente. Como por ejemplo el pasado de cada uno. Se conversa en grupo, cada mañana y cada tarde. Sirve para desahogarse. Está la confianza y el hombro de cada uno para cuando un compañero está mal. Así nos vamos dando fuerzas”, sueltan de a uno.
No siempre están todos de acuerdo. La pequeña discusión que se genera, gira en torno a la adicción más fácil de caer. En el caso del alcohol, presente en los miembros de mayor edad principalmente, afirman que el hecho de ser legal y mucho más aceptado socialmente tiende una trampa más peligrosa. En la otra vereda, la más nutrida, aseguran que es más difícil cortar con la dependencia a la cocaína o marihuana y que hoy en día, aun no siendo legal, es prácticamente igual de asequible.
Solos dan por finalizado el debate que saben que seguirá dividiendo las aguas y vuelven al tema de los aprendizajes más importantes para que puedan llevar adelante el tratamiento. “Aunque estemos en distintas etapas y tengamos diferentes personalidades, básicamente aprendemos a manejar el respeto y la responsabilidad. Yo sabía sus significados pero ahora aprendo a cumplirlos”, describe solo Nahuel, de 18 años.
¿Cómo aprenden a cumplir sus responsabilidades? Dan como ejemplo el teléfono, del que hay que desprenderse en la primer etapa. “Cuando podemos volver a usarlo, debemos borrar todos los números guardados. Lo mismo que las amistades. Las que eran de consumo, no ver. Y las otras, deben entrevistarse en Lihue”. La red de contención es más que valiosa para estos chicos que parecen salidos de la canción “Una nueva noche fría” y que buscan rehabilitación. Al punto que la valoran como la principal motivación: “Me siento muy bien porque veo la tranquilidad de mi familia. Ven que mejoro y se ponen bien”. Igual saben que todavía queda un largo camino por recorrer.
La charla llega a su fin porque deben ir al acto. Los aplausos cuando van nombrando a cada uno de los egresados suenan con más entusiasmo. Los certificados son también una señal de que pueden salir del letargo.
Protagonistas
FERNANDO – 18 años
“Estoy en el Lihue desde el 19 de junio. Los momentos más difíciles ya han pasado. Ya estoy en una etapa donde puedo manejarme solo. Salir solo, manejar algo de dinero, puedo ir a mi casa”.
“CALACHA” – 17 años
“Estoy acá hace 1 mes y medio. Lo estoy llevando bien, no es mucho pero estoy notando un cambio, en el hablar. Mi objetivo al salir es terminar la secundaria. Repetí 2 veces cuarto año”.
FRANCO – 20 años
“Llevo 3 meses. Estoy aprendiendo a hacerme cargo de las cosas. Era muy seco en tiempos de consumo, no sentía nada. Estoy aprendiendo a conectarme con mis sentimientos”.
LUANA – 16 años
“Hace 8 meses y medio que estoy en tratamiento. Mi objetivo a corto plazo es pasar a la segunda etapa. A largo plazo, estudiar. Ya sea como médica forense o en el servicio penitenciario”.
HUGO – 41 años
“Estoy acá hace 2 meses. No poder ver a mis hijas sigue siendo muy duro. Cuando salga, además de volver a disfrutarlas pienso encarar un proyecto de masoterapia”.