De pronto los pasillos del hotel se llenan de luz y color, de risas, besos que hacen ruido y canciones infantiles. Esos pasillos que las horas previas conocen de lágrimas y angustias de un matrimonio sanjuanino, se transforman entonces en un jardín de infantes para un solo niño. Durante 90 minutos por día (desde mañana se extenderá a 3 horas y media), Sofía Muñoz y Sebastián Mercado se reúnen con Teo, el bebé salteño que quisieron adoptar pero cuyo trámite se complicó porque los acusaron de intentar apropiárselo en forma indebida. Además apareció la madre biológica reclamando su tenencia. Aunque en las últimas horas la causa tomó un giro inesperado ya que la familia biológica le dijo a este diario que no están en condiciones de hacerse cargo del bebé, lo que a priori, resultaría clave para que el magistrado devuelva a Teo a los sanjuaninos. Ahora, la criatura se encuentra al cuidado de una familia de tránsito mientras se resuelve el caso en la fronteriza Orán, de Salta, y esos encuentros están autorizados por la Justicia en un régimen de visitas. DIARIO DE CUYO pudo presenciarlos en forma exclusiva.
Hasta ayer, los sanjuaninos podían ver a Teo de lunes a sábado de 18 a 19.30. Tiempo que se extenderá por decisión del Juez. Tienen permitido hacerlo en el hotel donde paran. La previa del encuentro ya tiene su ritual. A las 17.45, Sebastián espera un remís en la puerta del hotel en el que viven desde que fueron liberados de la cárcel, a la que fueron trasladados luego de que la madre biológica del niño, una chica de 15 años con problemas de drogadicción, denunció que hubo una supuesta venta de su hijo por parte de sus padres por la suma de 1.000 pesos y el equivalente a 20 cerdos.
A su vez, Sofía empieza a ordenar la habitación invadida por más de 450 fotocopias que tiene del expediente, de leyes y de papeles que hacen a la causa. De una bolsita azul saca unos sonajeros y un pianito de colores, los desparrama en la cama y espera.
"Durante 22 horas y media del día, la vida pasa en la mayor de las amarguras. Sólo esperamos esta hora y media para estar con Teo. Es el único rato que vale la pena", confiesa.
Entonces Teo, en brazos de Sebastián, irrumpe en la habitación y en el primer contacto visual le entrega a su madre adoptiva una de esas sonrisas que aflojan las piernas.
Los tres se abrazan y la criatura queda en medio de besos aplastantes. El Buelito, como le dice el papá de Sofía, es un cachetón de mejillas rosadas, de 9 kilos y 7 meses de edad. Se deja besar detrás de la oreja y se mueve en un andador que la familia de tránsito les presta a los Mercado. Teo tiene además la habilidad de comprar voluntades al precio de una sonrisa.
El hotel en el que paran los Mercado es un largo edificio en el que las habitaciones dan a una galería techada, que hace de pasillo. En ese pasillo, junto a un jardín, juegan con la criatura. “En esta hora y media sólo nos importa jugar con Teo y nos olvidamos de los papeles, de los trámites y de Tribunales”, dice Sebastián.
La dueña del hotel llega, saluda a Teo con un beso y deja el termo con agua hervida, para la leche. “En San Juan mi hijo tomaba la leche mientras en la tarde veíamos The Big Bang Theory (una serie de TV) y en la noche, Dulce Amor (una novela). Él apenas escuchaba la música de esos programas ya sabía que era la hora de la mamadera. Pero desde que empezó esta pesadilla, ni eso nos quedó de nuestros rituales diarios. Hoy mi hijo está al cuidado de una familia de excelentes personas, con la que nos llevamos muy bien y es lo único que me da un poco de tranquilidad. Pero mientras estuvimos detenidos, Teo estuvo cuatro días en un hospital, sentado en una cuna y mirando la pared de un pasillo mientras no lloraba. Su sufrimiento me genera un dolor que no se puede explicar‘, se descarga Sofía.
Quince minutos antes de las 19.30, Sebastián vuelve a llamar al remisero y es señal de que el tiempo se acaba. Sofía abriga a Teo y protagonizan el momento más triste del día, el de la despedida. Esta vez van los tres hacia el domicilio de la familia de tránsito y el regreso, ya de a dos, sabe de silencios compartidos. En el hotel, la habitación vacía los espera y los juguetes vuelven a su bolsita azul, a esperar otra vez por su dueño.

