Hace 5 años, uno de los párrocos que más siguen las líneas de su obispo se reunió con algunos feligreses y nació así el grupo Familias Misioneras, el único en su tipo en toda la diócesis. Son 5 familias con sus hijos de 5 a 23 años, que suman 33 personas en total y que van en sus propios vehículos a los lugares más recónditos para darle un poco de alegría a la gente que más sufre. Su tarea es ardua en la Escuela 135 Santo de la Espada, en las afueras del pueblo de Corpus, en el corazón de la selva misionera.
Allí van cerca de 50 niños, cuyas familias viven una marginalidad absoluta. Los hombres y muchas mujeres salen a trabajar a las 3 de la mañana para volver a las 7 de la tarde, tras haberse pasado el día rompiéndose el cuerpo arrancando mandioca, en el barro y casi siempre bajo la lluvia. Sus ranchos son piecitas de 3×3, con algunas maderas paradas como paredes, piso de tierra y sin baño. Tienen severos problemas de alcoholismo y desintegración familiar, y varias adolescentes que van a la secundaria en la frontera cercana terminan siendo víctimas de la prostitución y muchas veces de la trata de personas.
Las familias misioneras llegan cada año a pasar varios días con ellos. Los acompañan, llevan mercadería y otras ayudas, y organizan con ellos circos, murgas con instrumentos de cartón y muñecos gigantes, y de a poco las familias locales vuelven a integrarse mediante la dinámica de ese tipo de actividades. Es, para los 33 gualeguaychenses que participan, un aprendizaje de ida y vuelta.
