Ludmila habla hasta por los codos, por eso su abuela dijo que parece una catita charlatana. Tiene una perra de color negro que bautizó Chinita y aunque no pudo terminar el jardín de 4 años por su tratamiento, ya sabe escribir su nombre. En su casa tenía un hornito de juguete y muchos lápices de colores y cuadernos, su gran compañía en los días de internación. Ana Ludmila Avellaneda tiene 4 años y es una niña feliz, pese a que su cuerpito se encaprichó en oponerle resistencia desde que llegó a este mundo. Al segundo día de su nacimiento la operaron y en su corta existencia, ya tiene 13 cirugías y otras más que vendrán. Está en tratamiento en el hospital Garrahan, en Buenos Aires, donde hace unas semanas fue operada por última vez. Y fue mientras su hija se recuperaba que a la distancia su padre se enteró del último golpe que la vida les dio: les desvalijaron la casa en un robo. Los ladrones tuvieron tanta saña, que se llevaron todos los electrodomésticos, la ropa de la familia, los materiales de construcción que habían juntado para acondicionar la habitación de la pequeña para cuando regresaran y hasta los juguetes, incluido el hornito en el que jugaba la niña.
Anita o Ludmi, como le dicen, nació con una enfermedad llamada Asociación Vater, que es un conjunto de anomalías que afecta las vértebras, el ano, la región traqueoesofágica, el riñón y las extremidades inferiores. Por distintas complicaciones, ya la operaron 13 veces, incluida la extracción de un riñón, las reconstrucciones de ano y vejiga y una cirugía intestinal, entre otras. Ahora está internada en el Garrahan, con diálisis, y los médicos ya les anunciaron a los papás que más adelante necesitará un trasplante renal. En Buenos Aires está junto a sus padres, Silvina (30) y Guillermo (32), quienes están alojados en un hotel solventado por el Ministerio de Desarrollo Humano, que también ayuda a la familia con manutención.
Silvina, en tanto, está embarazada y hace poco sufrió desplazamiento de placenta, por lo que se encuentra en reposo absoluto. Pero pese a todo, los Avellaneda siguen luchando, incluso después de la última amargura.
Es que hace unos días, la abuela de Ludmila, Silvia, pasó por la casa de los Avellaneda en el barrio Los Zorzales, Rivadavia, y se encontró con el desastre. ‘Se llevaron hasta el termo y los cubiertos, la leche maternizada de Ludmi y los DVD de canciones infantiles, no dejaron nada. Sólo Guillermo sabe del robo, porque mi hija está tan delicada que no le quisimos contar, para no angustiarla más’, contó Silvia.
Desde Buenos Aires, Guillermo manifestó que al principio se puso mal con lo del robo, pero dijo que por ahora su prioridad es traer sana a su hija a San Juan. ‘Hay gente que ante los problemas se cuestiona por qué me tocó a mí. Pero con mi esposa sentimos que tenemos que ser cada vez más fuertes. La enfermedad de mi hija es crónica y será una lucha de toda la vida. Ella quiere jugar y correr, pero todavía le queda un largo camino. Hoy no quiero pensar en lo que nos llevaron ni cómo voy a hacer para comprar todo de nuevo, sino en que mi niña se recupere’, contó resignado Guillermo.

