"Cuando estoy en casa, mis ratos libres los paso con mis cuatro gurises. En el tren, los aprovecho para salir a caminar", cuenta Alfredo, misionero y bioquímico. En general, para las 50 personas que trabajan en el Tren Sanitario, sus pequeños placeres pasan por empaparse de la vida de pueblos, de pueblos que en la mayoría de los casos nacieron con el tren. El Tren Sanitario de la Nación llegó a San Juan por segunda vez después de cinco años y estará tres semanas atendiendo a la gente en forma gratuita, en primer turno en la estación de Albardón (foto). Dentro de esas formaciones y detrás de los guardapolvos, conviven personas con distintas profesiones y oficios, que dejan sus familias y trabajos particulares para embarcarse durante semanas en una forma de vida que, cuentan, no es para todos.
El día en el tren arranca a las 8, con el desayuno en el comedor conformado por mesas y sillas blancas. A las 8.30 se iza la bandera, se canta el Aurora y luego cada miembro comienza con su tarea. A las 13 se sirve el almuerzo, pero generalmente los miembros asisten por tandas, a medida que se van desocupando. Hay descanso en la siesta y es entonces cuando la mayoría aprovecha para dar esas invaluables vueltas por la zona, antes de volver al trabajo. Cuando llega la noche, los miembros duermen en los camarotes, que tienen dos camas, una arriba de la otra, aire acondicionado y calefacción.
Alfredo llegó al tren en 2007 y, en principio, sólo por cinco días. "Me llamaba la atención esto del Tren Sanitario. Me anoté, me llamaron al poco tiempo y desde Misiones viajamos a Buenos Aires con un médico amigo. Al segundo día me quería volver, porque no me adaptaba. Pero de a poquito le encontré la vuelta y desde entonces nunca más me bajé. Mi amigo, en cambio, no volvió nunca más. Además de poder aguantar el dejar tus afectos y tus cosas durante varias semanas, acá dentro te tiene que gustar compartir cosas; este tren está conformado como por una gran familia", dice el misionero.
La cantidad de horas que los profesionales pasan dentro de la formación permite formar amistades, sin importar los lugares de origen. Nancy Martín es una oftalmóloga cordobesa de padre sanjuanino, mientras que Lorena Pepey es una obstetra nacida en Villaguay, Entre Ríos. Se conocieron en el tren y su amistad se afianzó en largas caminatas por las calles de los pueblos que visitaron. "Muchas veces, los mismos pacientes nos invitan a tomar mate a sus casas, por ejemplo. Este trabajo te permite vivir de otra forma la profesión, con mucha más intensidad que encerrada entre cuatro paredes de un hospital", cuenta Nancy.
Lorena estaba haciendo un posgrado de Medicina Social cuando la convocaron a trabajar en el tren; y ya lleva dos años recorriendo pueblos. "Mi primer trabajo fue en Santiago del Estero, en 2008. Hace poco el tren volvió ahí y me emocionó que señoras a las que había atendido aquella vez se acordaban de mi. Cada vez que me bajo del tren, cuento los días para que me vuelvan a llamar", confesó la entrerriana, parada junto a unos cuadros que recuerdan los cinco partos que se dieron en el tren.
Sin embargo, convivir en los coches tiene sus códigos a respetar, como los horarios de descanso, la limpieza (no hay un ni papel en el piso) o cuidar el agua a la hora de bañarse. Sólo un camarote tiene baño privado, los demás sanitarios son para compartir, al igual que las duchas.
Cada llegada del tren a las estaciones genera un revival para las viejas generaciones, las que vivieron el apogeo de ese transporte. "Hay gente que viene y pregunta, que pide permiso para verlo por dentro y que se emociona hasta las lágrimas -contó Natalia Scio, coordinadora general-. Y es que el tren tiene esa mística que afortunadamente nosotros podemos vivir desde adentro".

