“He dado muchas vueltas en la cama rezando el Rosario, pero no hay caso, no puedo dormir. Los ruidos de las bombas suenan cada vez más cerca y seguidos. No es que tenga miedo, sólo que no puedo dejar de pensar en la pobre gente que está sufriendo: los padres de familia que no sabrán que hacer para proteger a sus niños, las criaturas que lloran de hambre o de miedo, los jóvenes soldados que están lejos de sus familias”, contó Celina Peralta (28) en un estremecedor relato. Ella es una monja sanjuanina que hace tareas de evangelización en Siria, país que en estos momentos atraviesa una cruenta guerra. Allí, en una ciudad en la que se batalla incluso en las calles, Celina siente que ayudar espiritualmente a la gente le llena el alma.

Celina integra la Congregación del Verbo Encarnado y trabaja en Siria junto a religiosas de distintas partes del mundo. La enviaron al Obispado de Siria, ubicado en Alepo, la segunda ciudad más importante de ese país, luego de haber estado en Italia y Egipto.

En esa ciudad cortan la luz cada vez más horas por día, lo mismo que el agua, empezó a escasear los combustibles y algunos alimentos. Entre tanto, la guerra se sigue cobrando más vidas y los bombardeos y tiroteos en la ciudad cada vez son más frecuentes. En semejante escenario, Celina y su comunidad religiosa misionan con la palabra de Cristo y dan una mano a quienes se acercan al obispado.

“Hay muchos cristianos que han dejado el país y los pocos que quedan están viendo cómo hacer para irse. Nosotros seguimos aquí, haciendo presencia y ayudando en lo que se puede. El otro día me preguntaban si tenía sentido seguir en esta misión. Me quedé pensando y le hice la misma pregunta a Dios. No tardó mucho en darme la respuesta, al rato llegó una señora llorando muy preocupada, pidiendo sólo ser escuchada, una palabrita de consuelo, un apretón de mano”, contó Celina.

Su familia, pese a extrañarla, la apoya y le da fuerzas en frecuentes contactos que mantienen cuando el edificio en el que vive Celina tiene luz y puede conectarse a Internet.

A pesar del drama que implica misionar en un lugar en el que la vida de los habitantes pende de un hilo a cada instante, Celina no tiene miedo. “Tengo tranquilidad y paz en mi alma. Siento la misma felicidad que sentí el día que hice mis votos perpetuos, el día que decidí darle mi vida a Dios para siempre. Y creo que es por eso que estoy tan bien, porque es ahora cuando Él me pide que dé muestras de mi verdadero amor”, confesó.

Y a la distancia, Celina sólo pidió una cosa: “Que no dejen de rezar por nosotros, por nuestra misión, por tanta gente que está sufriendo, por la paz no sólo de Siria si no del mundo entero”.