A las 6 de la mañana con 23 minutos del 23 de noviembre de 1977, Caucete dejó de vivir un tranquilo amanecer cuando la tierra empezó a sacudirse al punto que las calles se fueron agrietando y las casas, especialmente las de adobe, se fueron desmoronando, como castillos de naipe.
Parecía que la tierra vomitaba algo que le dolía por los volcanes de arena y los chorros de agua subterránea que llegaron a levarse a 3 metros de altura.
Lo peor de todo fueron las menos 65 víctimas fatales. Fue tan violento el movimiento sísmico que además de las construcciones derrumbadas y las calles destruidas, los postes de luz caídos, las cañerías retorcidas como si fueran de plastilina y las vías del tren desalineadas dejaron un panorama completamente desolador.
Hoy, exactamente a 40 años, los testimonios que se fueron recopilando en el tiempo marcan lo que significó. Como el de David Alberto Nessin, para DIARIO DE CUYO, cuando se cumplieron los 25 años del último gran terremoto en la provincia. La mañana del 23 de noviembre de 1977, David se despertó con el fuerte sacudón, suponiendo que se trataba de un temblor más. “Mi papá y mi mamá quisieron salir para la calle, pero como mis hermanas habían corrido hacia el fondo de la casa, porque estaban en camisón, ellos las siguieron. Tardé en reaccionar porque pensé que era un temblor más. Cuando empezaron a caerse las cosas tuve miedo y recién salí corriendo”, afirmó David que en aquel entonces tenía 25 años. Y cuando además de los objetos, fueron las paredes las que se fueron derribando, el miedo estuvo a punto de paralizarlo. “Sentí que no llegaba nunca al patio. Sólo escuchaba el ruido ensordecedor. Realmente eso parecía sobrenatural”. La familia se reencontró en el fondo y cuando se disipó la enorme nube de humo, vieron que lo que era la casa y el negocio de la Diagonal Sarmiento, producto de años de esfuerzo, se había convertido en escombros en unos minutos.
El terremoto, que alcanzó una magnitud de 7,4 grados en la escala de Richter y de 9 en la de Mercalli, se asocia al sistema de fallamiento Ampacama-Niquizanga, durante el cual se produjo ruptura superficial y un desplazamiento vertical promedio de 30 centímetros, según un relevamiento geodésico de 1982. Caucete ya no fue el mismo. La ciudad perdió para siempre edificios y casas que conformaban su fisonomía arquitectónica. El miedo motivó a que muchas familias armaran las valijas y decidan comenzar de nuevo en otro lugar. Pero la mayoría se quedó. Los lazos de solidaridad contribuyeron a barrer la destrucción y hoy Caucete sobrevivió al día que la tierra amagó a tragarselo en un bocado.