Eran las 3.05 de la madrugada del sábado 16 de noviembre de 1968. Los teléfonos de la redacción de DIARIO DE CUYO comenzaron a sonar incesantemente. Sanjuaninos desesperados y en absoluto estado de shock necesitaban corroborar de alguna manera si eso que acababan de observar era real.
Las espesas nubes presagiaban la llegada de una intensa lluvia. Poco después, el cielo comenzó a despejarse dejando ver las estrellas. Vecinos de diferentes zonas de la provincia se sorprendieron con el aullido incesante de los perros.
Luego, lo impensado. Cientos de personas fueron testigos directos del paso de 8 puntos luminosos definibles, que a manera de cuerpos celestes, se desplazaban lentamente y ascendiendo y descendiendo. Eran cuerpos metálicos: tanques chatos, ovoides, absolutamente silenciosos que despedían destellos rojizos. Uno de aproximadamente 100 metros de largo por 15 de ancho, comparativamente por distancia y altura, seguido por siete mucho más pequeños.
Flotaron en el aire de Oeste a Este durante uno o dos minutos, para luego perderse con dirección al Norte. Hubo gritos desesperados, caos, teorías conspirativas y algo en común: sin conocerse y viviendo a kilómetros de distancia, todos coincidían en señalar las mismas características de los objetos que minutos antes se habían observado sobre el cielo de San Juan.
“El paso fue lento y no dieron la sensación de ser fenómenos sin dirección. Al contrario, parecía que una inteligencia los guiaba y que aparentemente cumplían una misión”, dijo una de las personas consultadas.
Los conocedores del tema descartaron que se tratara de meteoritos. Tampoco eran aviones.
A esa hora de la madrugada, no eran muchas las personas que se encontraban en la calle. Los hermanos González Aubone regresaban de una fiesta en su auto. Cuando ingresaron a su vivienda de Trinidad vieron la flotilla de objetos luminosos desplazarse lentamente sobre el cielo de San Juan. Los gritos despertaron a sus padres que, como no podía ser de otra manera, se acercaron y también fueron testigos directos del fenómeno.
Un par de minutos después, la convulsión se trasladó a Caucete. En ese momento se realizaban dos fiestas a pocos metros de distancia. Bastó que uno de los asistentes mirara al cielo para que todo fuera un descontrol. Quienes estaban en las celebraciones, los dueños de un kiosco, empleados de una farmacia de turno y hasta los lugareños que a esa hora se encontraban durmiendo. Todos salieron a la calle o abrieron las ventanas para ver qué estaba ocurriendo, muchos lo hicieron en ropa interior. Y quedaron boquiabiertos.
Jesús Vega brindó uno de los testimonios de esa noche. “Me encontraba durmiendo y desperté con los gritos de la gente en la calle. Solamente decían ‘¡platos voladores, platos voladores!’ Con los pantalones en la mano salí corriendo a la calle y en ese momento vi que pasaban encima de mí esas cosas. Ahí me di cuenta que mi esposa estaba a mi lado, sin pronunciar palabras, atónita. Era algo realmente hermoso, jamás vi algo igual”, contó.
En el Club Centro Imperial había un show sobre el escenario. El cantante miró para arriba y se quedó mudo. Empezó a señalar para arriba, sin decir palabras. El público lo siguió y todos siguieron expectantes el desplazamiento de los ovnis.
Durante semanas, en San Juan no se habló de otra cosa. Qué fue aquello, no se supo nunca con absoluta certeza. Mucho menos su procedencia y destino. En total, unas mil personas lo vieron sólo en la provincia. La escena se repitió en Chile, Mendoza, La Rioja, Tucumán y Santiago del Estero. De hecho, autoridades de la NASA en el país trasandino aclararon que el único satélite que debía sobrevolar la zona ya había pasado, descartando también esa teoría.
La gran mayoría fue contundente: se trataba de una visita extraterrestre que fue pasando de boca en boca, hasta convertirse en mito.