De aquel zaparrastroso deprimido y enojado con la vida a un entusiasta con ganas de todo que disfruta hasta de lo sencillo. De aquel muchachito que pasó 27 años encerrado en su casa a un señor con todas las letras que camina por todos lados, que estudia, que conversa, que toma colectivos, que quiere progresar. De aquel desganado enojado con Dios a un apasionado creyente que se siente orgulloso de haber recibido la bendición del Papa Francisco.
La vida de Omar dio un giro de ciento ochenta grados y puede decirse que ese cambio radical fue apuntalado a mediados del año pasado, cuando el mismísimo Papa lo animó a seguir por el sendero de la superación y a dejar atrás los fantasmas de la depresión, ocasionada por el bullying feroz que sufrió durante su niñez y adolescencia.
Esta es la historia jamás contada del contacto de Jorge Mario Bergoglio con Omar Elizondo, quien en su modesta casa de Las Casuarinas, en 25 de Mayo, respiró profundo antes de llenar sus ojos de lágrimas al repasar esas líneas redactadas en el Vaticano.
La misiva, con fecha del 23 de mayo del 2022, está firmada por Monseñor Luigi Roberto Cona, un italiano que en ese momento se desempeñaba como consejero de Asuntos Generales de la Secretaría de Estado de la Santa Sede. A través de él, Francisco respondió una carta que Omar, con su puño y letra y en una hoja A4 blanca, le había escrito a principios de ese mes.
Con la voz algo quebrada y cierto temblor en su cuerpo, el veinticinqueño de 48 años recuerda que no sabía qué decirle, pedirle o simplemente contarle al Papa. Explica que estuvo algunos días pensando, con la cabeza puesta en eso durante gran parte de cada jornada. Hasta que decidió pedirle una mano a su psicólogo, el que lo viene atendiendo desde hace largo tiempo y ayudando a mantenerse en la senda de la superación.
Los renglones no fueron tantos pero sí fue mucha la carga de emoción. Le habló de él, de su problema y de su lucha. Y se sinceró al contarle que estaba enojado con Dios -con todo lo que eso puede significar para el líder mundial del catolicismo-, principalmente por la repentina muerte de su madre.
"Le escribí lo que sentía, lo que me salió del corazón. Le pedí que me tuviera presente en su oración para que Dios esté conmigo y con las personas que hicieron posible que tenga ganas de seguir viviendo y disfrutando de mi nueva vida. La verdad mi psicólogo me ayudó mucho", dice "Omarcito", como cariñosamente lo llama su tía Rosa. Ella lo cobija en una casita, ya muy deteriorada, situada a cuadra y media de la plaza principal de Las Casuarinas. Allí también vive María, hermana de Omar, su tío Perico y Fernando, su abuelo sordo.
Rosa admite ser muy sensible y apenas sale la conversación sobre la carta del Papa se echa a llorar. "Estoy muy orgullosa de Omarcito", dice entre sollozos. Omar muestra una sonrisa y camina hacia la habitación que comparte con Perico. Allí, abre la puerta de un viejo mueble de madera y extrae celosamente un cuaderno de Catequesis. Entremedio reposa, en un folio, la hoja con la carta de Monseñor Cona en nombre de Francisco. Él la toma cuidadosamente y explica que un conocido suyo depositó, lo que él y su psicólogo escribieron, en el buzón del Vaticano. Eso fue el 19 de mayo del año pasado.
Once días después, el 30 de ese mes y vía mail, llegó la contestación, tan esperada como inesperada. "No creía que podía tener una respuesta", se sincera el receptor de esas líneas. "Pero cuando supe que me habían contestado me puse muy feliz", acota luego, con el rostro iluminado, pareciendo revivir ese momento.
En la misiva, su Santidad Francisco le brinda a Omar "junto a su oración, toda su cercanía y aliento". "Asimismo, lo anima a seguir adelante con la ayuda de la gracia divina y así pueda superar las dificultades que se presentan en la vida con paz interior, confiando siempre en el amor de Dios", dice después el escrito.
A continuación de esas palabras de aliento, aparece una petición. "Con estos deseos, el Papa Francisco le ruega que rece por él y por su servicio a la Iglesia, a la vez que, invocando la protección maternal de la Santísima Virgen María, Auxilio de los cristianos, le imparte complacido la implorada Bendición Apostólica, que hace extensiva a sus seres queridos".
"Aprovecho la presente oportunidad para expresarle el testimonio de mi consideración y estima en Cristo", concluye la carta, que tiene al pie la firma digital de Monseñor Cona.
Omar guarda la hoja con el mismo recelo con el que la sacó. En la misma bolsa donde conserva el cuaderno de Catequesis reposan otros documentos muy valiosos para su vida, como un diploma de 1986 por su buena conducta en 5to grado de la Escuela Prilidiano Pueyrredón y otro emitido por el entonces Ministerio de Educación y Cultura que acredita que aprobó 7mo.
Eso fue antes de la debacle en su vida, comenzada cuando tenía 14 años y cuando las constantes burlas que recibía en la escuela empezaban a calar hondo en sus sentimientos. Tres años después, a sus 17, Omar decidió encerrarse en su casa, impulsado por esa grave depresión empujada por las constantes burlas que sufría -principalmente- por su tartamudez. Hasta que en el 2020 se animó a pedir ayuda y hoy es otra persona.
"Hoy puedo decir que soy feliz y quiero que se conozca mi historia para inspirar a quienes estén pasando por un mal momento", dice el protagonista de esta historia, cargado de satisfacción pero siempre con un dejo de humildad. Y antes de repasar sus días de oscuridad y de pasar a contar su actualidad, atravesada por sentimientos de plenitud, pide agradecer públicamente al Papa Francisco por su acto de amor y modestia. "El hecho de que haya mandado a contestar mi carta me pone muy contento y orgulloso. Así como yo tuve la posibilidad de tener el contacto, me gustaría que toda la gente que tiene alguna enfermedad o que pasa por un momento difícil tenga la misma experiencia", implora mientras, como un acto reflejo, palpa el rosario que cae sobre su pecho.
EL OMAR DE ANTES
Este diario reveló en mayo de 2021 la historia de Luis Omar Elizondo, nacido el 18 de diciembre de 1975. Su padre no se hizo cargo de él. Pasó su infancia en el seno de una familia muy humilde al cuidado de su madre, Antonia Elizondo, sus tíos y sus abuelos. Luego el hogar se fue poblando más, porque cuando tenía 4 años Antonia formó pareja con el jornalero Duilio Bustos y fruto de esa relación tuvo otros cuatro hijos.
La familia desde siempre residió en una casona que actualmente forma parte del Barrio Antártida Argentina, en Las Casuarinas.
La niñez de Omar fue como la de cualquier otro chico. No tuvo distinción, pese a que los médicos habían descubierto que tenía un leve retraso madurativo. Tan leve que asistió a una escuela común, la Prilidiano Pueyrredón, donde su desempeño era más que aceptable.
Pero esa especie de normalidad se fue rompiendo y con los años vinieron los dolores de cabeza, principalmente cuando empezó la secundaria en la Agroindustrial 25 de Mayo. Su familia dice que más o menos antes de llegar a los 14 empezó a venirse abajo, por las burlas por su tartamudez, por su pobreza y por su aspecto físico.
Por ese bullying feroz, dejó la escuela y cada vez fue recluyéndose más. Estaba todo el tiempo cabizbajo. No sólo no iba a la escuela. Ya no quería jugar a la pelota. Deseaba no encontrarse con nadie. Salía menos. Se iba apagando. Hasta que no aguantó más y con 17 años, hundido en un profundo pozo depresivo, le dijo a su madre que no quería salir más a la calle y se metió en su pieza.
Ese día, un lunes de marzo de 1993, empezó su prisión domiciliaria, sin saber nadie, ni él, el tiempo de condena.
Omar pasó todo un año en su dormitorio. Su único pasatiempo era leer una enciclopedia que su madre había comprado con mucho esfuerzo. Salía para ir al baño y para comer, pero no hablaba con nadie.
Ese confinamiento estricto al año mutó, porque un día se permitió salir al fondo y empezó a agarrarle el gusto a ese sector, quizás porque ahí nadie lo molestaba. Se llevaba una silla, siempre cabeza agachadita, y ahí se pasaba las horas, a veces mirando a la nada.
Con el paso de los días también descuidó la higiene. No se bañaba y llegó a tener el pelo varios centímetros por debajo de los hombros. También estaba barbudo.
En la familia siempre retumbó el porqué. Y en esa desesperada búsqueda se les metió en la cabeza la idea de que Omar había sido víctima de un embrujo o algo parecido. Es por eso que a la casa llegaron más de cinco personas que decían tener la solución aplicando métodos sobrenaturales. Ahora en la familia, un poco con gracia y un poco con bronca, les dicen "manochantas", pues aseguran que lo único que hicieron fue llevarse la poca plata que había en el hogar. Hasta que un día vino la resignación y en la familia decidieron dejar todo en manos del destino.
Antonia, la madre, era una de las que siempre mantuvo la fe. Hasta sus últimos días. Pero partió de golpe, inesperadamente, sin poder cumplir su sueño. Era una ama de casa que se guardaba todo. Hasta lo que la llevó a la muerte, en 2016, porque a nadie le dijo que uno de los perritos le había lastimado una várice de una pierna. Se cubrió con un trapito y siguió, pero su diabetes le jugó una pésima pasada y la herida se le infectó. Seguía sin decirle a nadie hasta que sus hijos la vieron renguear y cuando a la fuerza le levantaron el pantalón, sorpresa, carne morada. Al día siguiente la llevaron al hospital y a la hora murió.
Fue un golpe durísimo para todos, porque Antonia tenía apenas 59 años.
Omar lloró, pero increíblemente su problema lo llevó a no querer participar del velorio. Fue en el comedor de la casa, pero él estuvo todo el día en la habitación, sin salir a despedirla.
Un día horrible pero que ayudó a torcer la historia, pues el lunes 2 de marzo de 2020, a Mario, hermano menor de Omar, le sonó el celular y escuchó la frase que estuvo esperando por 27 años. "El Omar quiere hablar con vos, venite". Al llegar y conocer el panorama fue inevitable pensar en su madre. Como si desde arriba hubiese hecho algo. Uno de los perritos, jugando, había lastimado una pierna de Omar. Calcado. La herida era minúscula pero le dio tanto miedo terminar como Antonia que por primera vez en años salieron de su boca más de dos palabras seguidas. "Mirá Mario, me ha pasado lo mismo que a la mami, ¿me podés llevar al doctor?". Omar estaba sentado en su cama. Se había afeitado, cortado el pelo y estaba preparado para enfrentar el mundo exterior. Esa primera salida después de casi tres décadas fue más que satisfactoria, porque en la salita de Santa Rosa le dijeron que la herida no era para preocuparse y porque además, lo más importante, Omar decidió contarle su historia al médico.
Ahí mismo le recetaron ver a un psicólogo y Omar aceptó. El regreso a casa fue con una sonrisa y esa misma tarde empezó a hablar con todos. "Perdónenme, voy a cambiar, lo voy a hacer por ustedes", les dijo. La casa era un mar de lágrimas y abrazos.
Al día siguiente, el del turno con el psicólogo, se levantó temprano y vaya que le fue bien, pues contó que tenía ganas de caminar por el barrio, de ver cómo estaba todo. Y al día siguiente eso hizo, caminó, a paso lento y acompañado, como le habían recomendado.
Fue el inicio de su resurgimiento.
EL OMAR DE AHORA
Zapatillas negras con franjas marrones y mediasuela blanca, jeans claros amplios y remera con el escudo de San Martín que le regaló el club. Un Omar impecable recibe a este diario en la puerta de su casa. Varios perros van y vienen en un día calmo, como prácticamente todos, en Las Casuarinas. El protagonista parece estar a tono: camina lento, habla tranquilo y tiene movimientos sutiles. Dice que no tiene novia pero que está enamorado de la vida. Y se encarga de demostrarlo en cada relato, en cada vivencia que cuenta con la emoción de un niño de 48 años.
"He tenido en estos años muchos cambios", admite y, como si hiciera falta, aclara que "para bien". El principal, que lleva todo el día una hermosa sonrisa dibujada en la cara. Lejos de aquel pelilargo desarreglado que no pisaba la calle, Omar se levanta temprano, toma unos mates o un té, sale a caminar, a hacer trámites y se para a conversar con sus conocidos. También disfruta mucho de su familia y le ayuda a su tía Rosa con los quehaceres de la casa.
Otro gran paso pero que le está costando mucho es la escuela. Después de 31 años, en marzo de 2021 volvió a sentarse frente a un pizarrón. Ese mes empezó las clases en el CENS "Oscar Humberto Otiñano", donde cursa un plan que le permite terminar la secundaria en tres años. Venía al día pero a mediados de este 2023 se atrasó en algunas materias y dejó de cursar, por recomendación familiar y de su psicólogo. La carga mental no es buena, todo tiene que ser paso a paso, recomendó el especialista. Omar es muy responsable y se pone mal cuando no le salen las cosas, pero aclara que sigue entusiasmado y que en este 2024 intentará de nuevo. De hecho ya se lo comunicó a la preceptora y ella le respondió que lo esperan en marzo con los brazos más que abiertos.
Esa es la gran meta del nuevo año: terminar la escuela. Y también se propuso atender su salud, o al menos no descuidarla. Hace unos meses a Omar le descubrieron aneurismas en su cerebro. Él no lo expresa abiertamente pero eso le genera preocupación. No obstante, ya se hizo chequeos y tiene que seguir con controles mensuales para evitar problemas graves. Por otro lado, también tuvo consultas con un odontólogo: necesita dientes nuevos ya que durante su aislamiento perdió todos.
Omar en el último tiempo también se amigó con la tecnología. En el celular que le regaló una familia que conoció su historia a través de la nota de este diario, tiene WhatsApp y por allí se comunica con las personas de su entorno. Ahora aprendió a publicar estados, pero cuenta que no le gusta sacarse -menos subir- fotos suyas. Al aparato también lo usa para ver videos, para leer portales de noticias y para seguir la actualidad de su querido San Martín. Dice que se creó un Facebook pero que no lo usa, porque no sabe y porque mucho no le agrada. Siguiendo con la tecnología, utiliza además una notebook que llegó a sus manos también fruto de la solidaridad. Explica que la utiliza más que nada para tareas de la escuela, por eso ahora la tiene guardada en la casa de su hermano Mario. En este 2024 espera reencontrarse con ella.
"Conocer el centro fue una de las grandes cosas que hice en este tiempo", señala luego, rememorando el viaje que experimentó a fines del 2021. Por primera vez, en ese entonces a sus 47 años, el hombre visitó los sitios más icónicos de la provincia.
EL VIAJE AL CENTRO
En los casi 50 minutos desde Las Casuarinas hasta Capital relució su memoria de elefante y su imaginación de poeta. Decía, por ejemplo, que recordaba ese día del ’95 cuando encerrado en su pieza escuchó por radio el ascenso de San Martín. O se acordaba cuando vio una foto de la Casa de Sarmiento impresa en un periódico de los ’80. O cuando de niño le hablaban de la Biblioteca Franklin. Y fantaseaba con los lugares, convirtiendo su mente en una fábrica creativa de ilusiones que terminaron haciéndose realidad.
Omar Elizondo visitó por primera vez, a sus 47 años, algunos de los sitios más icónicos de la provincia. Fue un pinchazo de combustible para su alma, que poco a poco se va parchando. Cuesta, claro, porque se la dejaron destrozada en pedacitos. Pero pone todo su esfuerzo para superar de una vez por todas su tormentoso pasado, marcado por esos 27 años que pasó encerrado en su casa.
Luego de que la impresionante historia de "Omarcito" fuera revelada por DIARIO DE CUYO en mayo del 2021, él tímidamente había expresado sus ganas de viajar a la ciudad, pero primero tenía que tener el visto bueno del equipo médico que lo atiende. El tumulto, las calles llenas de autos y el ruido urbano podían jugarle una mala pasada, pero principalmente exaltarse o emocionarse mucho. Entonces esa parte fue trabajada por su psicólogo y el 30 de diciembre de ese año llegó el día tan esperado.
Su tía Rosa, la que le lleva las mañas, dice que se levantó cerca de las 6, una hora y media antes del horario pactado para salir de casa. Chomba a rayas, jean clarito y zapatillas negras para una ocasión especial. Aquella vez, en el camino habló de su felicididad porque había rendido todas las materias bien y pasado a segundo, de su placidez porque en agosto había hecho la Comunión y la Confirmación, de su temor porque en los días previos le habían descubierto los dos aneurismas en su cerebro y de su tristeza porque su perrita Sofía tenía una infección.
Esa mezcla de sentimientos fue como una preparación para lo que vendría, con la sonrisa como bandera.
La primera parada fue la Biblioteca Franklin, donde escuchó atentamente las explicaciones de María Eugenia, quien amablemente ofreció una especie de visita guiada. "¿Franklin era sanjuanino?", preguntó Omar casi al principio del recorrido, sacando algo de coraje. La bibliotecaria le sacó esa duda y él agradeció. Luego quedó fascinado con la sala de las novelas y se animó a contar que conocía a autores como Edgar Allan Poe y Martin Luther King. La Franklin le gustó tanto que se fue diciendo que le gustaría asociarse para poder llevarse a su casa varios libros. Entonces hizo cálculos en su mente, dijo que si empezaba a cobrar la pensión (estaba en trámite y ahora ya la cobra) le alcanzaría y se le dibujó una pícara sonrisa.
Esa mueca mutó de pequeña a gigante cuando desde la ventanilla del auto comenzó a ver murales verdinegros. Los ojos se le pusieron como dos faroles cuando vio la cancha de San Martín desde afuera y los abrió aún más cuando escuchó que posiblemente iba a poder entrar. La sorpresa ya estaba pactada con Hernán Pascual, encargado de Prensa, y salió espectacular, porque Omar disfrutó a pleno caminar por el mismo campo en el que Luis Tonelotto, su ídolo, marcó el gol del ascenso contra Huracán en 2007, partido que él escuchó por radio, como tantos otros, en sus días de encierro. "Tonegol" envió un saludo a Omar y prometió regalarle una camiseta del inolvidable ascenso.
San Martín le regaló una camiseta de entrenamiento que la tuvo colocada durante el recorrido por las instalaciones del club. Más desenvuelto, preguntó por el fútbol femenino, por la capacidad de la popular y por la llegada de refuerzos.
La siguiente parada fue el Teatro del Bicentenario, donde lo recibieron con los brazos abiertos y le permitieron acceder a la imponente sala principal. Omar quedó alucinado, al igual que con la intervención de partituras en el hall, donde accedió a tomarse una foto.
La aventura continuó con la visita a la Casa Natal de Domingo Faustino Sarmiento, uno de los sitios que más expectativa generaba en él. Y cumplió con todas, pues disfrutó de cada rincón y se sacó todas las dudas con el guía personalizado que le dispusieron.
El periplo culminó con el deleite de una hamburguesa con papas de una conocida cadena que saboreó con lentitud. Es que nunca antes había comido una.
De aquel a éste. De la muerte a la vida. Felicidad plena.