Bartolo Valentín Sarmiento está echado sobre un sofá de pana verde. No se incomoda con las visitas. Su pelaje es negro brillante y el único movimiento que parece realizar es el de sus párpados que se entreabren cada tanto para ver quién entra a la sala. El gato es el único ser viviente que permanece en la casa durante las 24 horas del día. Y quizás por eso se siente el amo y señor del caserón en el que vivió Sarmiento durante sus últimos años de vida en Buenos Aires. Está ubicado en la que se llamó calle Cuyo y que hoy lleva el nombre del prócer.
Bartolo parece estar seguro de que si el antiguo dueño de la morada estuviese vivo, él seguiría siendo el rey del lugar. No es una novedad que a Sarmiento le gustaban los animales y que en esa casa tenía desde una chuña hasta un loro. Hizo de ese refugio de los últimos años un sitio similar a su hogar materno. Hoy, la casa es algo así como la sucursal de San Juan en Buenos Aires, como una especie de embajada. Desde que Sarmiento murió, la construcción tuvo varios destinos pero ahora lo que buscan es que quien entre a la casa pueda ver un trozo de San Juan, a pocas cuadras del obelisco.
El gato negro, la mascota de la que hoy se llama Casa de San Juan en Buenos Aires, no es más que una postal que se suma a un lugar en el que no sólo se viaja en el tiempo, sino también en el espacio, al ver los malvones rojos, las parras a punto de explotar de tan verdes, un par de higueras que buscan la luz entre los monstruos de cemento. Es como retroceder más de un siglo o pasear por algún caserón típico de San Juan. Si hasta por momentos da la sensación de ver la enorme figura de Sarmiento, con bastón en mano, paseándose por las galerías interminables.
La casa se resiste a la urbe que todo lo devora. Desde que está en manos del gobierno sanjuanino, la restauraron, le pusieron techo nuevo, y ahora la están pintando. "Para Sarmiento este lugar fue como tener un pedazo de San Juan en Buenos Aires. Ese es el espíritu que queremos rescatar", contó Nilda Ferreira, sarmientina hasta los poros, ya que su pasión por el prócer va más allá de la tarea que desempeña en la casa como subdirectora. Si hasta hizo restaurar un busto de Sarmiento que estaba olvidado en una repartición pública de San Juan, y lo puso en el patio principal de la casa.
Al aroma de los malvones rojos, se suma cada tanto el de las empanadas bien caseras. Cuando en la casa hay alguna celebración o acto, todo lo que se consume es sanjuanino. Así, este lugar se convirtió con el tiempo en una especie de embajada. Los sanjuaninos que van a Buenos Aires o viven allí y necesitan hacer algún tipo de trámite, no tienen más que ir hasta ese lugar para realizar cualquier tipo de trámite.
En esta casa sólo queda el espíritu de Sarmiento, el recuerdo de un hombre escribiendo "Dominguito" en un patio en el que medio siglo después de su muerte, funcionaron calabozos de una comisaría. Es que todos los muebles y objetos que había en la casa cuando el sanjuanino estaba vivo, hoy se encuentran en el Museo Histórico Sarmiento. Esa fue una decisión de sus nietos, después de la muerte de su abuelo.
Parte de la casa todavía no está puesta a punto. Sobre todo, el nivel superior donde está el altillo, uno de los sitios preferidos de Sarmiento. Desde un mirador que todavía está casi intacto, el hombre, cuando ya había dejado la Presidencia, podía ver desde allí el puerto y hasta la Casa de Gobierno. Hoy, ese sector está rodeado de edificios, que difícilmente dejan penetrar algunos rayos del sol hacia el mediodía.
Buenos Aires entra en la casa a fuerza de bocinazos, del sonido ensordecedor de las obras en construcción. Es cuando dentro de la casa Buenos Aires está en San Juan, como San Juan lo está en él. Tal como le sucedió a Sarmiento.
Fue Rosario, la hermana, la que llevó adelante la casa. Sarmiento ya se había separado de su esposa Benita Pastoriza cuando fue a vivir allí. Hoy, el dormitorio que fue de Rosario, funciona como la oficina del gobernador de San Juan. Y en las habitaciones que dan a la galería donde Sarmiento solía organizar almuerzos multitudinarios para toda su familia, están las distintas oficinas de atención al público y hasta una biblioteca. La casa no funciona como museo, pero las visitas que recibe diariamente son numerosas, sobre todo de gente que va a la biblioteca o los contingentes escolares llegan a conocer la historia del prócer. Una de las atracciones es el aljibe ubicado en el centro del segundo patio, y que acaba de ser restaurado. Es por eso que recorrer este espacio, es como ir de paseo a la casa de la abuela.