Tenía 17 años, estudiaba, vivía sin sobresaltos. Hasta el mediodía del 26 de diciembre de 2008, cuando volvía a casa luego de comprar curitas en una farmacia y un desconocido con dos armas, la obligó a practicarle sexo oral y luego le robó su celular. Laura, ahora de 22 años, recuerda que esa primera semana no salió de su casa y durmió con pesadillas. Y que al cabo de un año y medio, creyó bloquear esa traumática experiencia, hasta que comenzó con dolores de cabeza y otros malestares que los médicos no supieron explicar.
Lo suyo era de psicólogo, de psiquiatra, de tratar con otras drogas: ‘me dijeron que el problema había explotado por tanto tiempo que lo había guardado’, dijo.
Ese tratamiento fue clave, porque asumió y pudo convivir con ese mal trago. Pero un día decidió dar un paso más: buscar a su abusador. En marzo de 2011 se interesó por una serie de notas de un violador divulgadas por DIARIO DE CUYO, se contactó con la redacción y llegó a la Policía para desempolvar su caso del olvido. Con el rostro de su abusador ‘tatuado’ en su cerebro, no dudó en señalar a Aranda y obligó así a meterlo preso. Y siguió el caso, incluso audiencia por audiencia durante el juicio, actitud poco usual y calificada de ‘valiente’ por autoridades judiciales.
El lunes, tras el fallo y más de 4 años de drama, descargó un largo llanto. ‘Fue un alivio más que una gran alegría, porque no me alegra haber pasado por todo esto. Yo no estoy enojada con él (por Aranda) ni le tengo rencor ni miedo, porque ya expulsé mi miedo. Jamás lo miré con odio ni desprecio porque lo veo como una persona que tiene un problema psicológico, como alguien enfermo que no se va a curar y esa será su cruz. Yo puedo seguir con mi vida, si le tuviera bronca esa bronca me afectaría a mí’, dijo ayer Laura, ahora diseñadora recibida y comerciante.
Y agregó: ‘el fallo fue un gran paso. Lo pienso como sacar a esa gente de circulación, para proteger a otras, para poder caminar tranquila’.
