No estaba permitido el enojo si, de pronto, un baldazo de agua caía de la nada. Sobre todo para carnaval y durante la siesta. Correteadas, risas, gritos y un ritual que desapareció paulatinamente. Hoy sólo queda en el recuerdo de quienes superan las tres décadas de vida. Se trata de la chaya libre. Ullum no quedó exento de esta tradición. Y desde hace unos años quieren recuperarla. Es por eso que organizaron una nueva edición de la fiesta En Ullum están Chayando, que se realizará el próximo fin de semana.
Al menos treinta años atrás, un baldazo de agua en plena siesta de febrero significaba mucho más que calmar el agobio del calor sanjuanino. La chaya en plena calle para el carnaval era una verdadera fiesta popular. "Era todo familiar y nadie podía enojarse por ser mojado. Se armaban grandes grupos y recorríamos los barrios chayando a los vecinos", contó Rodolfo Rodríguez, un ullunero que en aquella época hasta armó una murga llamada Chirapientos. A la chaya siestera se sumaban los que se animaban a disfrazarse e ir casa por casa invitando a las fiestas de carnaval.
Aunque ya no existen las correteadas en medio de la calle con un balde de lata en la mano, tratando de alcanzar a la vecina de los sueños, los vecinos ulluneros tienen cientos de anécdotas. Pero nadie sabe cómo ni por qué esta tradición fue desapareciendo con el correr de los años. Una costumbre que tuvo el mismo derrotero en toda la provincia.
Quienes recuerdan la época de oro de la chaya, coinciden en que fue en los ’50. Era una fecha muy esperada. Servía para desinhibirse y acercarse a personas desconocidas en plena calle. Quienes recuerdan esta tradición afirman que el romanticismo y la seducción eran el sello de aquellos tiempos. La chaya se convertía en la mejor manera de demostrar los sentimientos. "Sólo se le tiraba agua perfumada de albahaca al pretendiente. Era usual llevar una ramita detrás de la oreja", dijo Rosa Gutiérrez, otra ullunera.
El ritual de la chaya estaba lleno de códigos que todos seguían al pie de la letra. Por ejemplo, un niño no podía mojar a un adulto y se respetaba el horario de la chaya libre, que iba de 14 a 18. Aún cuando nadie controlaba si se cumplía. "Sólo se chayaba con agua. Y no había situaciones violentas. Con el tiempo la costumbre se fue perdiendo. Aparecieron las bombitas y la agresión. Creo que por eso desapareció esta tradición", afirmó el ullunero. Además, casi siempre había que mojar a la persona del otro sexo. La chaya servía tanto para demostrar afecto como para "vengarse" del vecino.
La indumentaria de la chaya era la ropa más vieja posible, porque muchas acequias no estaban impermeabilizadas y el barro podía ser otro elemento para jugar. Las mujeres se ponían ropas oscuras para no traslucirse. Nunca se andaba con ojotas porque con ellas no se podía correr con facilidad. En el mejor de los casos usaban baldes. Pero no faltaban los que salían con las ollas y tarros de leche y hasta de pintura. Si no había pomo, se improvisaba con botellas de lavandina. La chaya libre sólo estaba permitida los dos fines de semanas que duraba el carnaval. Y el ritual del agua siempre terminaba con alguna fiesta.

