Entre los cerros baja, con la fuerza de una crecida de enero, la voz chirriante de la Lulú. Es un enmadejado de ladridos agudos, secos, que van ganando eco a medida que se apoderan de la Quebrada de Zonda. Así recibe por igual a turistas y curiosos la Lulú. Y el que llega hasta la cima, con la lengua afuera y el corazón pidiendo pista, se la encuentra ahí, gallarda, erizada al viento, con mirada de tolerancia cero y todo un halo de alerta en sus cuarenta centímetros de perridad.
Escudadas tras la pequeña Lulú (o la Paquita, como le llamaban en una época los municipales de Rivadavia hasta que a alguno se le ocurrió rebautizarla), unos metros más allá en el mirador del cerro, otean la Picha y la Sarni.
La Picha está callada. Es callada. Tiene espalda ancha, cabeza oscura y algo esquiva, mirada sabia y profunda. El desflecado de canas que la cruza de punta a punta le da más aire de autoridad. Pero tanta estampa de prócer se le viene abajo en cuanto se le descubre el juego que más la divierte: bostezar y que alguien le agarre la lengua. Se enloquece la Picha cuando le hacen eso, pero bien. Se le nota.
Y la Sarni. Nadie creería que es hija de la Picha. Es marrón, tiene otro formato y, fundamentalmente, otra actitud. No permite que nadie se le acerque. Ni un pedazo de tortita vale el riesgo. A lo sumo hociqueará un poco, bajará la mirada, meterá la cola entre las patas y dará vueltas en semicírculo allí mismo donde está, respetando la distancia. Entonces se le nota a la Sarni que renguea un poco, y entre las costillas le asoman las huellas de la enfermedad que le valió el nombre de chiquita.
La Picha y la Sarni comparten. Juegos, escapes, supervivencias, abrigo de algún alero de roca para mirar en panorámica el autódromo El Zonda. La Lulú les da vueltas alrededor y les avisa cuando llega gente. Las tres desandan entonces los viejos senderos que trazaron los picapedreros hace casi un siglo. Y si el contingente de visitantes es nutrido, pegan la vuelta. Bajan, desgranando rocas por la quebrada, hasta ganar la calle que lleva a la Cava de Zonda y meterse en el camping. Su casa. Hasta que el Sol, las ganas y el instinto de que allá arriba encontrarán raíces de algarrobo frescas, las lleven a las tres otra vez a la cima.
