Camino del Inca en Calingasta.

 

Hace exactamente 50 años, científicos e investigadores del Museo Arqueológico de la Universidad Provincial Sarmiento y algunos amigos del Club Andino Mercedario, en una de sus tantas expediciones a regiones desérticas de San Juan, descubrían en La Dehesa o Punta del Agua, en el departamento Ullum, un ‘tambo‘. El equipo de arqueólogos integrado por el profesor Mariano Gambier, Antonio Beorchia Nigris, Silvio Meglioli y Roberto Giordano encontraba las ruinas de una de las más importantes estaciones de correo inca de Cuyo. Fue un hallazgo decisivo que partió la historia en dos, ya que ayudó a demostrar la presencia del Camino del Inca en la provincia. 

En 1969, todavía no había sido probada del todo la influencia del imperio incaico en San Juan. Los caminos incas apenas se estaban descubriendo. Los exploradores tenían la sospecha de que la alfarería del huarpe y su cultura se encontraban relacionadas directamente con el Perú. Pero todo esto estaba todavía por ser demostrado. El rompecabezas científico comenzaba con el Qhapaq Ñan (caminos incas) y terminaba por los tambos, una especie de fortaleza, taberna y/o postas para correos incas.

Después de años de búsqueda, tenían indicios de que una de estas posadas incas debía existir en la zona del valle de Ullum, pero no habían podido encontrarla. El equipo llegó a pensar que las ruinas de estos edificios podrían haber quedado bajo el casco de la Villa Ibáñez, y no las encontrarían nunca. 
Los tambos eran construcciones conocidas en detalle, ya que algunas edificaciones de ese tipo se encontraban bien conservadas y documentadas en el Perú. Los ‘60 eran años sin mapas satelitales, ni GPS. Toda la información consistía en rumores imprecisos y secretos de baqueanos. No está del todo claro cómo es que Gambier y Beorchia consiguieron el dato, pero se supo que el lugar que buscaban era llamado “La Indiada” por los arrieros.

El chisme era contundente. El lugar se encontraba sobre el cerro frente al puesto de La Dehesa, donde comienza el río Ullum (río El Salto). Así fue que la Universidad Provincial Sarmiento organizó una expedición para la segunda semana de septiembre de 1969. La logística no era compleja. Casi como un día de campo. O por lo menos Gambier (arqueólogo) y Beorchia (documentalista y fotógrafo) lo plantearon así a sus amigos Meglioli (contador) y Giordano (médico).

Giordano se había comprado un Jeep Land Rover 1950 y estaba deseoso de medirlo contra la Toyota 4×4 de Meglioli, que comenzaba a entrar de importación. La justa no tenía un carácter menor, probaría la ingeniería inglesa versus la creatividad mecánica japonesa para ver cuál resistía mejor el abrupto terreno sanjuanino. Así es que la excusa de la aventura científica les quedaba como un guante. Meglioli por otro lado tenía sus propios intereses en la travesía. Él era un coleccionista de cactus. Botánico aficionado, se embarcó en la aventura buscando ese ejemplar que le venía siendo esquivo (la figurita difícil). 

Por otro lado, Beorchia era un romántico. Italiano con alma de gaucho, amante del campo, los viajes y lo inesperado, trabajaba por aquellos años como fotógrafo para el museo y como periodista para DIARIO DE CUYO. Su ecuación era más simple, disfrutar de un día de campaña y, como premio extra, obtendría una digna nota para publicar en el diario. Gambier no tenía ninguna excusa. Él era la expedición. Hombre serio y ceremonioso, buscaba los restos de aborígenes mucho más antiguos que los incas o huarpes. Cada vez que se subía a la guanaquera, toda su cabeza daba vueltas sobre la misma idea: ‘Los aborígenes más antiguos de la región‘. Se ponía su sombrero lleno de esperanzas y se transformaba en un sabueso implacable. 

Ni Beorchia ni Giordano (quienes gozan de buena salud) recuerdan muchos más detalles de esta aventura. Llegaron rebotando contra las piedras hasta el lugar. Hubo un asado y el susurro en voz baja de una damajuana enfriándose en el riachuelo. Gambier tardó sólo unos minutos en reconocer que las ruinas eran incas, que aquello era un tambo. Mientras el fuego era encendido, su fuerte sospecha se confirmó. Durante su búsqueda superficial encontró cerámica con engobe de color rojo, “platos patos” y algunos fragmentos decorados de tipo cuzqueño.

El picnic terminó siendo para Gambier un pequeño gran artículo que se publicó junto a Catalina Teresa Michieli en la revista Scripta Nova, de la Universidad de Barcelona (http://www.ub.edu/geocrit/sn-70.htm), una de las publicaciones más importantes en referencia a los incas en Cuyo. Gambier sospecharía que el imperio no se encontraba tan al Sur por el oro de Hualilán. Más bien, creía que acá se preparaba para la ganadería (guanacos y llamas) a gran escala, en los amplios valles de Cuyo. 

Giordano todavía hoy recuerda su viejo Land Rover modelo ‘50 como una maravilla moderna, símbolo de juventud y travesuras. Cuenta la leyenda que Meglioli no encontró aquel cactus, pero rescató un espécimen que vivía en lo que hoy es el lecho del dique de Ullum. Beorchia se iría del lugar con más preguntas que respuestas: ¿por dónde cruzaba al río San Juan el Camino del Inca que va al sur? ¿Qué tipo de puente habrían usado? Antonio todavía sueña que mañana pasarán sus amigotes a buscarlo, para seguir descubriendo esos otros mundos perdidos.

 

Fuentes: Antonio Beorchia Nigris / Claudia Mallea (Directora del Museo Mariano Gambier) / Dr. Roberto Giordano / Marzio Meglioli / Catalina Teresa Michieli / El Nuevo Diario / culturademontania.org.ar / UNESCO

Nota original de DIARIO DE CUYO del Lunes 15 de Septiembre de 1969.