Se le infla el pecho cuando habla de su papá, quien le transmitió el amor por esa humilde pero noble vocación cuando apenas tenía 5 años. Ramona Mónica Ruartes, hoy con 60 años, dice que esa actividad fue clave en su crianza y ahora también lo es para llevar el sustento diario a su hogar. Su puesto está ubicado en calle Catamarca bajo el puente de Avenida de Circunvalación, en Concepción, y es un paso obligado de funcionarios y clientes sanjuaninos que pasan cada mediodía por allí para degustar sus choripanes o los sánguches de asado que ella prepara.
"Era la mascota del puesto de choris que tenía mi papá en el Parque de Mayo. Yo tenía 5 años y mi papá me ponía cajones de cerveza de madera para que yo llegara a la vitrina y atendiera a la gente. A mí me encantaba", comenta la mujer orgullosa de haber colaborado con su padre, ya fallecido. Ese hombre, Abel Rufino Ruartes y oriundo del barrio Del Carmen, supo ser uno de los pioneros de los puestos de parrilla móviles en San Juan y fue él quien les heredó la actividad a sus hijos: Mónica, Lidia y Juan Carlos. "Mis padres nos enseñaron esta linda cultura del trabajo. Junto a mis hermanos nos dedicamos a esto desde siempre, mi hermana sigue teniendo el puesto en el barrio y mi hermano, que falleció hace 3 años, le dejó esa vocación a sus hijos, que hoy siguen con la costumbre", comentó la mujer.
Trabajando junto a su padre, con apenas 15 años el puesto de choris fue clave en la vida de Mónica porque fue allí donde conoció a quien hoy es su esposo y padre de sus dos hijos: Armando Acosta. "Teníamos el puesto en Circunvalación y Salta. Mi esposo era corredor de motos y ese día había ganado una carrera y fue a comerse un lomo. Me enamoré a primera vista", expresó. Después de salir mucho tiempo, se casaron y hasta hicieron un tratamiento para poder ser padres de Jesús (19) y Anita (16).
Su puesto, ubicado en el corazón de Concepción, tiene algo que lo hace particular y es que es de los pocos en la provincia que trabajan al mediodía. Mónica y Armando abren el puesto a las 10 y se están yendo cerca de las 16, dependiendo de si hay clientela o no. Y entre esos clientes suelen llegar a diario funcionarios y reconocidas personalidades que hacen un parate en sus rutinas diarias para pasar cerca del mediodía a comer un chori o sánguche al paso. "Viene gente de Anses, de OSSE y de Gobierno siempre. Varios políticos siempre vienen a comerse un sánguche de punta de espalda", comenta la mujer sobre el otro plato fuerte del lugar.
A Mónica se le ponen los ojos brillosos cada vez que habla de sus padres, porque dice que gracias a la venta de choripanes ella y sus hermanos pudieron tener una buena crianza y gracias a eso también pudo llevar el plato de comida a su hogar. Lleva 55 años en el rubro y si bien reconoció que vivir de esta actividad ahora es difícil y que se vive "del día a día", expresó una y otra vez que no se ve en otro mundo que cerca de su puesto. "Esto es mi vida. A mí me sacan esto y me muero. Acá me distraigo, trabajo en lo que me gusta y con esto les doy de comer a mis hijos", concluyó, emocionada.