Era 15 de enero de 1944. Haydeé Galván tenía 21 años. Vivía sobre la actual calle Las Heras, en Capital, junto a su madre, sus dos tíos, su abuela y su bisabuela. Llevaba una vida tranquila con ellos, mientras realizaba tareas de corte y confección. Lo que no sabía es que ese día su vida, como la de gran cantidad de sanjuaninos, cambiaría para siempre. El terremoto, de magnitud 7,8 y profundidad de sólo 11 kilómetros, destruyó su vivienda y su abuela Águeda murió bajo los escombros. Sin embargo, tanto dolor se transformó para ella en un punto de partida. Por cosas del destino, conoció allí, hace 78 años y en medio de la catástrofe más grande que vivió San Juan, a Luis Fortunato Flores, el amor que la acompañaría toda la vida.
Después de hacer una recopilación en la memoria familiar, Nora Flores comparte los recuerdos que sus padres, ya fallecidos, les contaron a ella y a sus hermanos. Y en medio de su relato confía: "Siempre sentí que su historia fue como una antítesis entre el dolor y la muerte, y la bondad y el amor".
Es que, mientras acá, en la provincia, Haydeé se mudaba junto a su familia al Parque de Mayo, donde habían improvisado carpas para dar resguardo a la gente que había quedado desahuciada, Luis, a casi 600 kilómetros de distancia, se enteraba de lo que había sucedido.
Aquel joven de 22 años trabajaba en el restaurante que tenía su padre en Córdoba, su provincia natal. Y oía por la radio el relato del triste episodio que había vivido San Juan. Emprendedor, de familia de inmigrantes sirios, Luis decidió colaborar. Se unió al grupo que viajaba a la provincia para prestar colaboración y abordó un tren.
Llegó pocos días después, dispuesto a hacer lo que se necesitara. Su primer destino fue la Iglesia Catedral, que había quedado parcialmente derrumbada en el corazón de la Ciudad. Allí debía ayudar a levantar escombros, mientras era espectador del panorama más desolador: el momento en que sacaban los cuerpos de quienes quedaron sepultados bajo los trozos de paredes, para después incinerarlos.
Luego de varios días, su tarea cambió. Debía ir al Parque, a colaborar con la gente que perdió sus viviendas. Fue entonces que se cruzó por primera vez con aquella joven de ojos grandes y cabello negro. No pasaron demasiadas horas de charla hasta que se enamoraron. "Ella era una mujer hermosa, que estaba en una situación de vulnerabilidad. Y él… había llegado para salvarla", reflexiona Nora.
Luis tenía que regresar a Córdoba. Era el hijo mayor y debía colaborar en el negocio familiar. Pero la pareja ya tenía un plan: casarse y formar una familia.
Fueron las cartas de interminables carillas las que los mantuvieron unidos a la distancia. Hasta que llegó la misiva en la que el padre de Luis le informaba a la madre de Haydeé que sus hijos tenían la intención de unirse en matrimonio. La mujer no lo dudó y apoyó a su hija.
Mientras pasaban los meses, además de sus cartas, Luis le enviaba a su futura esposa dinero para que armara el ajuar. Ella, que sabía coser y bordar de un modo delicioso, creó desde su vestido de novia hasta las toallas y sábanas para su futuro hogar.
La pareja finalmente volvió a reencontrarse en San Juan, donde contrajo matrimonio. Luego viajaron de Luna de Miel a Córdoba, junto a la madre de la novia, que quería conocer a la familia de aquel hombre que acompañaría a su hija toda la vida.
Ambos se mudaron después a Santa Lucía, donde tuvieron a sus primeros tres hijos. Mientras tanto, Luis comenzó a trabajar en la construcción, que, en ese momento, con gran parte de la Ciudad destruida, era la tarea más demandada. Pero se enteró de que estaban ofreciendo un curso para ser enfermero en el Hospital Rawson y su espíritu solidario volvió a primar. Estudió y pronto estaba trabajando en ese centro de salud y otros de la provincia. En medio de eso, la familia se trasladó a su propia casa, en Rawson, donde nacieron 6 hijos más.
Haydeé y Luis se mantuvieron siempre unidos, trabajaron juntos para sostener a su familia y terminaron teniendo 26 nietos, que se reunían en su casa y colmaban la larga galería del hogar que construyeron. Él falleció primero, a los 78 años, ella 5 años después. Y en sus descendientes quedó ese legado de la vida venciendo siempre a la muerte.
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El 80% de la ciudad destruida y unas 8.000 muertes
El 15 de enero de 1944, a las 20.52, se produjo el terremoto en San Juan con magnitud de 7,8 grados de la Escala Richter y con intensidad 9 en la Escala Mercalli. Tuvo su epicentro 20 kilómetros al norte de la Ciudad de San Juan, en las proximidades de La Laja (departamento Albardón). Se calcula que el sismo ocasionó entre 8.000 y 11.000 pérdidas humanas, aunque muchos de los cuerpos jamás fueron encontrados. Además dejó un saldo de miles de niños huérfanos, inscritos por familias de distintas partes del país como hijos propios, ya que en ese entonces no existía la Ley de Adopción.
Aquel movimiento telúrico destruyó el 80% de la edificación de la Ciudad de San Juan. El violento fenómeno convirtió en escombros construcciones con más de cuatrocientos años de historia. La ciudad de características coloniales quedó devastada, en ruinas.
Ese terremoto se considera en Argentina el evento natural más destructivo en la historia del país.