�Las pistas del hallazgo datan del 400 de nuestra era, cuando médicos griegos de la escuela de Hipócrates observaron que el ayuno ‘curaba‘ la epilepsia, aunque cuando el paciente volvía a comer, retornaban las convulsiones. Fue en 1920 cuando los médicos se plantearon un modo de engañar al organismo para que pareciera que estaba en ayuno, por lo que, sin disponibilidad de azúcar, quemara grasas que se transforman en cuerpos cetónicos. En 1921, el endocrinólogo Rusell Wilder obtuvo los beneficios del ayuno en una terapia dietética que podía mantenerse indefinidamente.
