Una leve brisa es suficiente para tirar las ramas viejas y pesadas de dos árboles que están a un costado de la calle Manuel Zaballa (conocida como Cabaña) pasando Talcahuano, unos metros hacia el Norte, en Rivadavia. Una víctima de ellas fue una madera de la pérgola de la familia Valencia que quedó partida en dos. Justo al frente de esa casa está una de esas plantas. A un costado, las tejas de la casa de la familia Andrada se rompieron y cayeron; al otro lado, el techo de los Vitale quedó con un hueco; y en la calle, el capó de una camioneta que iba pasando quedó con una abolladura de unos 15 centímetros de profundidad. Todos estos son algunos de los daños más recientes que acusan los vecinos que fueron provocados por esos dos árboles.
Son carolinos de más de 100 años. Tienen unos 10 metros de alto por 1 de ancho, aunque sus bases llegan a los 2 metros de diámetro. Y son un peligro para las casas que están por debajo de ellos y también para los vehículos que pasan por esa calle. Desde hace algunos años, por los nuevos barrios construidos en la zona, ese es uno de los accesos más transitados del departamento. Por allí pasan a diario dos líneas de colectivos, la 7 y la 53, y cientos de vehículos particulares.
Con las notas de reclamo y la autorización para erradicarlos en mano, los vecinos cuentan que durante el último viento fuerte cayó una rama grande unas milésimas de segundos después de que pasara un ciclista. Y al peligro para transeúntes y conductores se suma otro inconveniente. Las ramas de estos gigantes se han transformado con el tiempo en el hogar preferido para toda clase de alimañas.
Mientras los vecinos cuentan que llevan reclamando más de diez años y que fue gente del municipio a ver los ejemplares sin lograr nunca la solicitada erradicación, en la copa de uno de esos árboles, una paloma mira desde lo alto mientras anida. A unos metros también hay un hornero. Y al parecer, por los ruidos que se escuchan en su interior, estos árboles también albergan a otras especies menos agradables. En la base tienen huecos de más de 10 centímetros por donde salen de noche los pericotes, cuentan los vecinos. Los que más se benefician son los gatos. "Están todos gordos", dice con una sonrisa ladeada Andrea Andrada, que alquila la casa de las tejas dañadas y es madre de una nena que no sale a la vereda a jugar por miedo a que se le caiga un pedazo de árbol encima.
Estos árboles de gran porte y estatura son muy comunes en las zonas rurales. Fueron plantados hace un centenar de años, asegura Tomás Andrada, uno de los vecinos que viven en el lugar desde hace más de 60 años. "Mi esposa tiene 72 años, nació aquí y en esa época los árboles ya estaban", sostiene don Andrada para referirse a la edad de los carolinos. Antes allí sólo había fincas, explica, y no era peligroso tenerlos. Pero la zona se fue poblando y ya no son aptos para un lugar tan urbanizado como ese.
Hace un par de años, en respuesta a uno de los tantos reclamos que aseguran haber hecho todos los vecinos, la Municipalidad les quiso cobrar 2.000 pesos, dice el matrimonio Correa, dueño de un negocio ubicado frente a los árboles. Eso era para alquilar la grúa y el equipo necesario para cortarlos. Pero todo quedó en un intento que el municipio actualmente reconoce y asegura que atenderá en estos días.
