El ministro de Economía, Amado Boudou, comparó a dos redactores de los diarios Clarín y La Nación con aquellos que ayudaban a los nazis a limpiar las cámaras de gas en el Holocausto. Los empleados que limpiaban las cámaras de gas cuando el último prisionero había muerto gaseado eran esbirros elegidos por Himmler, Eichmann y demás arquitectos del Holocausto entre los más curtidos verdugos.

Los que se llevaban los cadáveres para quemarlos en los hornos no eran los prisioneros que aguardaban su hora en otros barracones, porque nada debía anticiparles la suerte que correrían. Con frecuencia, debían ser reemplazados, pues ni siquiera tales sujetos soportaban realizar esa tarea. El ministro reconoció que usó una metáfora desafortunada, aunque lo evidente que manifestó con sus expresiones es una ignorancia supina respecto a lo que sucedía en los campos de exterminio.

Aunque al ministro de Economía, como a tantos integrantes del Poder Ejecutivo nacional, les moleste que los periodistas sean personas competentes con la vocación de cumplir con el democrático deber de informar, una vez más se debe reafirmar que la libertad de expresión es un derecho que va contra el autoritarismo. La intolerancia se contradice con la libertad responsable. Cuando el pensamiento único pasa a ser una obsesión, quienes señalan errores, expresan desacuerdo o manifiestan su libre opinión pasan a ser no ya meros golpistas o cipayos, sino comparados con otros de una tragedia de la humanidad.

Ya no sólo se ataca a los dueños de los medios, a los columnistas o a los conductores de programas, sino también a los redactores. El ministro de Economía, aunque haya expresado su arrepentimiento en la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) aseguró que no se disculpará con los periodistas Candelaria De la Sota y Martín Kanenguiser. La frase proferida es una grave ofensa a la prensa libre y plural que contribuye de manera decisiva a conformar una sociedad informada.

A diferencia de los medios audiovisuales, que impactan esencialmente sobre lo afectivo, los medios escritos encuentran su justificación en la apelación que hacen a la capacidad reflexiva del lector que se manifiesta en el contraste de posiciones opuestas. Preservar y estimular el ejercicio de la libertad de expresión como derecho humano esencial debería ser uno de los objetivos centrales de las dirigencias que se consideran a sí mismas como democráticas, porque en esa potencialidad, que cada uno encierra, de expresar su manera de pensar y de sentir, reside en última instancia el poder que conscientemente les delega.