Los niños esperaban las noches del 24 de junio tanto como las de los Reyes Magos y contagiaban a sus padres el espíritu festivo. Casi todos los barrios de la provincia organizaban sus propias fogatas de San Juan Bautista y la hoguera servía para reunir a los vecinos y practicar diversos ritos. Pero, con el paso del tiempo y el crecimiento de las ciudades, la tradición quedó a un costado, a tal punto que esta noche, en la que se conmemora el día del Santo que es patrono de la provincia, sólo habrá 5 fogatas en San Juan. Sin embargo, las personas mayores que bailaron y jugaron junto al fuego y que cargaron la leña, las gomas y las hojas para armar hogueras cada vez más grandes, recuerdan con nostalgia y lujo de detalle aquellas noches iluminadas por las llamas.
Los que recuerdan las hogueras gigantes en los baldíos de los barrios dicen que la tradición es muy antigua y que murió hace unos 20 años. Cuentan que los preparativos comenzaban al menos dos semanas antes de la llegada del día del Santo. "Ibamos en carretelas, recorríamos las fincas para buscar palos y ramas, como justo es época de poda era fácil encontrarlas, además por esos años las fincas estaban cerca de los barrios. También juntábamos cañas verdes, tratábamos de juntar muchas porque explotaban en el fuego. Y otra cosa que juntábamos para quemar era gomas viejas de los autos", recuerda Duilio Castro, vecino del barrio Villa Krause, de Rawson.
Entre los elementos que debían conseguir era esencial el palo central de la fogata. A ese palo, que tenía que ser alto, lo colocaban en el medio y a todo lo que iban a quemar lo ponían a su alrededor, formando una especie de pino. La idea era que todo se incendiara de modo prolijo y que la llama central fuera lo más alta posible. Es que los distintos barrios competían entre sí para ver quién lograba armar la fogata más alta.
Eso llevaba también a que durante los días anteriores a la fogata, cada barrio cuidara el montón de hojas y leña que había juntado para que no se lo quemaran antes de tiempo. "Una vez nos pasó que vinieron chicos de otros barrios y nos prendieron la fogata la noche anterior a la del 24. Fue una desazón, una amargura. Pero los padres nos ayudaron y logramos armar de nuevo el montón de leña. Ese año la fogata no fue tan grande, porque nos quedó poco tiempo para armarla, pero siempre me acuerdo lo lindo que fue porque nos unimos mucho", cuenta María Pérez, que vivía en la Villa San Roque, Rivadavia.
Al momento de encender el fuego utilizaban antorchas y con el calor de las llamas, que atenuaban el frío del invierno e iluminaban la noche, empezaba la fiesta. Los niños jugaban y hacían rondas alrededor de la hoguera. Mientras, los que se animaban, bailaban folclore y todos gritaban "¡Viva San Juan!".
Los que tenían un reconocimiento especial eran los niños que se llamaban Juan y las nenas que se llamaban Juana: ellos eran felicitados por todos, por ser el día del Santo que lleva su nombre.
En torno al fuego también había una serie de costumbres. Según cuenta Juan Manuel González, que vive en Villa Salvador, en Angaco, existía una creencia relacionada con el amor. "Juntábamos dos hojas de olivo, a una le poníamos nuestro propio nombre y a la otra el nombre de chica o el chico que nos gustaba. Después, las tirábamos al fuego, si se quemaban juntas quería decir que íbamos a estar de novio con esa persona; si no, significaba que íbamos a estar separados", cuenta el hombre.
Otra de las tradiciones recordadas es la de la sal gruesa. Según cuenta María Pérez, "llenábamos bolsitas de plástico con puñados de sal gruesa y las tirábamos al fuego. Así quemábamos lo viejo y lo malo esperando que llegaran cosas buenas. Además era muy llamativo porque la sal con el fuego explotaba que daba gusto".
El aspecto gastronómico también era un tema calculado. En algunos barrios la tradición era comprar bolsas grandes de maní, comer el maní y tirar las cáscaras al fuego. En otros casos, las madres preparaban pasteles, sopaipillas, empanadas y las vendían entre los vecinos, y en la mayoría de los casos el dinero quedaba para las uniones vecinales. Otra de las costumbres era poner camotes debajo de las llamas para que se asaran, después los comían. Y no faltaban las copitas de coñac y licor, que ayudaban a entrar en calor.
Pero poco a poco, el fuego se apagó y lo que era una fiesta más desapareció. Los que recuerdan las tradicionales fogatas barriales dicen que el motivo principal de la pérdida del ritual es que las ciudades se sobrepoblaron, por eso, ya no hay baldíos ni espacios disponibles para encender el fuego. Uno de los ejemplos es el de la Circunvalación: los vecinos de barrios ubicados frente al anillo armaban sus hogueras en la orilla, pero con el avance de los controles ambientales ya no pueden hacerlo. Además, dicen que se perdió el sentimiento de vecindad y los integrantes de los barrios ya no se reúnen para festejar. También comentan que las costumbres de los niños y los jóvenes cambiaron en general y perdieron el entusiasmo con la fogata.

