Laura Requena quiso anticiparse a otra fecha que sabía que sería más que estremecedora. Su hija Brenda Montaña desapareció el 11 de julio del año pasado y sus restos fueron encontrados cinco días después en un pozo en Albardón, descuartizados y quemados. La pareja de Brenda, Diego Alvarez, es el sospechoso del atroz crimen. Laura, que todavía tiene muchas preguntas esperando que sean dilucidadas, tomó la decisión de pedir licencia en su trabajo para este sábado y hacer algo que reconoció que todavía no se anima a hacerlo asiduamente: ir al cementerio.

Se quebró al recordar que ya fue porque accedió al pedido de sus nietos, el varón de 6 años de edad y la nena de 7, que querían ir a ver donde pueden visitarla. Y reconoció también que ellos dos fueron el refugio que encontró en otra fecha simbólica, como el último 1 de enero, el día que Brenda hubiese cumplido los 25 años. En realidad, para mitigar su perpetuo dolor, dijo que trata de “mantenerse ocupada todo el tiempo” y que su esposo, Américo Roberto Montaña, se aferró al tabaco. “No me alcanzaría hablar un día entero para contar todo lo que generó la muerte de mi hija”, afirmó.

Celos. Laura reconoció que después de la muerte de su hija cayó en la cuenta de los celos enfermizos de Alvarez.

Laura aseguró que tiene las fuerzas para luchar “para que se haga la justicia que mi hija merece y que descanse en paz”. Decidió recientemente cambiar de representante legal en la causa que figura como querellante y ahora está asesorada por María Filomena Noriega. Álvarez fue quien denunció la desaparición de Brenda, afirmando que ella huyó luego que la sorprendiera con su amante José Guajardo. Laura enumeró que entre las respuestas que busca saber son: si Alvarez recibió ayuda para realizar el femicidio y si Guajardo, que quedó imputado por ‘omisión de auxilio’ y hoy reside en otra provincia, no podría haber hecho algo más por evitar aquel desenlace.

Por otro lado, en marzo recibió Requena la tenencia judicial de sus nietos y los abuelos paternos apelaron el fallo, por lo que esa situación todavía debe resolverse. “Mi prioridad es que mis nietos estén bien. Mi marido me acompaña, mis hijos grandes están pendientes y mi psicóloga me ve más tranquila. Trato de mantenerme ocupada”, volvió a marcar Laura, que hace un año empezaba a transitar una realidad que ni imaginaba y con una carga extra también difícil de soportar: no haberse dado cuenta de algunas señales. Evocó un día que le vio a su hija unos moretones en el cuello y al consultarle, Brenda le respondió que eran juegos. O cuando su hija salía a caminar por el centro de Rawson y después que partía de su casa, Alvarez la seguía.  

Admitió incluso que en esos días de búsqueda en Albardón en julio del año pasado, no sospechó de él hasta que lo detuvo la policía. Y en el último año se fue enterando de otros datos, como una publicación en un cuenta de Facebook paralela que tenía en la que afirmaba extrañar “a su verdadera familia” o la vez que se encontraron en el Parque de Mayo que Brenda para poder ir, tuvo que tener sexo con Alvarez.

El amor. Laura dijo que el v{inculo con sus nietos son actualmente su principal sostén. 

Laura describió su hija como una persona siempre activa, que llegaba a su casa y comenzaba a ayudar. “Hasta un baño nuevo que levantamos, ella trabajó motivada”, recordó.
También comparó que los niños en esas visitas no eran comunicativos. Y hoy se apoyan mutuamente con sus nietos. Afirmó que es la primera receptora de las preguntas de la nena por su mamá y quien el nene eligió como contención cuando tiene un berrinche.
 

Se mostró identificada con la frase que los padres no están preparados para enterrar a sus hijos y confesó que vivirá siempre con el corazón roto, aunque también trató de levantarse el ánimo al repasar el día que tuvo otra señal, muy diferente a las anteriores. Laura fue al lugar donde encontraron los restos del cuerpo incinerado días después del 16 de julio (en el momento del hallazgo no la dejaron pasar). En un momento trató de avizorar la casa donde vivía Brenda, y repentinamente se posó un picaflor en un espino que también había sido devorado por las llamas. Y si le llamó la atención esa presencia en ese lugar desértico, directamente se asombró cuando la pequeña ave no se movió cuando ella se acercó. Hoy, lo atesora como algo más que especial a ese instante desde ese fulminante 11 de julio de 2019.