Con el viento golpeando en la cara, los madrugadores que llegaron a la Difunta Correa cuando apenas amanecía esperaban su turno para subir a los micros que los llevarían de vuelta a Caucete o a la capital de San Juan. El inmenso descampado que hacía las veces de terminal de ómnibus se convertía, de a ratos, en un inmenso vórtice del cual salían nubes blancas de tierra que no dejaban ver a más de un metro. En el acceso al paraje, eran tantos los que se iban como los que llegaban: mientras unos escapaban de la temperatura que instaló el Zonda, después de cumplir su promesa, otros arribaban con la cara desencajada por el calor. Y antes del mediodía ya eran 15.000 las personas que habían llegado, según los datos de la Policía.

Desde muy temprano, la escalinata techada que lleva al cerro donde fue encontrada la Difunta y su hijo apareció colmada. En filas improvisadas, las personas iban subiendo los anchos escalones, guiándose más por la propia inercia del grupo que por lo que veían, porque era imposible ver dónde uno ponía los pies. Cada tanto, alguien pedía lugar en voz alta para algún promesante que veían de rodillas, de espaldas o cargando un niño, y de inmediato las filas apretadas se abrían, para dar paso al que venía subiendo en tal condición. "Vamos, Marcos, vos podés, mirá lo poco que te queda", repetía cada dos segundos un amigo a Marcos Roldán, un joven que subió toda la escalinata de espaldas, pese a sufrir calambres que lo obligaban a parar cada tanto. Cuando por fin llegó, Marcos se arrojó sobre la imagen de la Difunta yaciente y lloró aliviado, pero sin contar el motivo de su promesa: "Pongan que vine a agradecerle, nada más", dijo apenas, mientras salía con dificultad del santuario.

Muy cerca, Oscar Agüero besaba la imagen de la Difunta sin soltar de la mano a su hijo Benjamín, de 4 años. "Estaba muy enfermo del corazón, le pedí por él a la Difunta y en los últimos estudios, salió todo bien", dijo con la voz entrecortada.

Los puestos de venta fijos, que ayer no tuvieron la competencia de los vendedores ambulantes, permanecieron repletos. Desde llaveros hasta mantas y camperas, la mayoría de las personas pasaron por ahí para llevarse un recuerdo de la Difunta, para ellos o para quienes quedaron en casa. Y promediando la mañana, los primeros fuegos empezaron a aparecer en los parrilleros, que pronto estuvieron listos para el asado infaltable. Por los altoparlantes, el rezo del rosario en la capilla recordaba a los visitantes que el motivo de aquel encuentro era religioso, mientras en el aire se mezclaban cuartetos y chacareras, muy lejos de aquella música sacra que solía ser obligatoria de Semana Santa y que hoy, como muchas otras costumbres de estas fechas, ha quedado olvidada y en desuso.

El producto más vendido fue, sin duda, las velas, que las personas ofrendaban en el santuario como modo de pagar por el favor recibido. Una verdadera legión de colaboradores del lugar coordinó la jornada, dando turnos para todo, desde subir la escalera al santuario hasta entrar a los baños. Pese al Zonda, Vallecito recibió, como cada año, la visita de los fieles que esta vez no tuvieron el clima a su favor, pero que igual concurrieron a cumplir con la Difunta Correa.