Prácticamente ya no puede caminar. Debe hacer un enorme esfuerzo para poder subir las escaleras de ese colectivo viejo que hace unas tres semanas pasó a ser su vivienda. La triste historia la padece hoy Cristina Cira Chávez, una mujer de 56 años que padece un retraso madurativo, diabetes y una discapacidad en su pierna derecha, que hace poco se separó de su pareja y el único lugar que encontró fue la casa-bus donde viven sus hijos, en la zona de Colonia Fiscal, en Sarmiento.
A la mujer le cuesta expresarse, pues es analfabeta y tiene un retraso madurativo. Su hija Daniela Aguilera es la que brinda los detalles de la dramática situación por la que está atravesando su madre. Hace unas tres semanas que la mujer junto a su pareja hasta ese momento, Fernando Ramos, acudieron a su ayuda. Pues el hombre había discutido con sus hermanas y los habían desalojado de la casa del barrio Chubut, en Carpintería, donde vivieron estos últimos 12 años. Sin saber a dónde ir, la familia acudió a la casa-bus de su hija. La pareja se instaló allí en el precario colectivo donde vive Daniela y Víctor, los hijos mayores de la mujer y su pequeña nieta. Pero hace unos días, la familia de Fernando decidió llevarse al hombre pero con la condición que abandone a la mujer. "Yo lo entiendo porque siempre fue así, muy pegado a sus hermanas", expresa Cristina queriendo justificar el abandono de su expareja, quien también presentaba serios problemas de salud, incluso requería un tubo de oxigeno por sus problemas respiratorios y era imposible que continuara viviendo en el colectivo en esa situación.
Lo cierto es que Cristina no estuvo haciéndose los controles y no está tomando los medicamentos para la diabetes y la presión arterial hace casi un mes. "Si no me mata el coronavirus, me van a matar todos los achaques que tengo", comenta dolorida la mujer. Es que Cristina tenía que hacerse kinesiología pero por la pandemia no estuvo yendo, tampoco asistió a los controles de rutina al Centro de Salud de Carpintería y mucho menos tramitó los medicamentos en ese puesto de salud. "Se dejó estar y ahora no sabemos qué hacer porque no tenemos para comprarle los medicamentos, nos dicen que tiene que ir sí o sí hasta Carpintería para que la vea el médico y le dé los medicamentos, pero no tenemos movilidad para ir y tampoco plata para que vaya en un remís", comentó la hija.
La falta de medicamentos y de kinesio hizo que Cristina prácticamente ya no pueda moverse. Encima la silla de ruedas que tenía para movilizarse se la llevó Fernando. Y su situación se agrava mucho más cuando tiene que ir al baño. "Este colectivo es para dormir nada más, no tiene baño ni letrina. Tengo que caminar para el campo para ir hacer mis necesidades, en las noches me tengo que levantar varias veces y caminar como puedo", expresa la mujer.
¿Cómo viven? Los hijos y la nieta de la mujer duermen en la parte de arriba del colectivo, mientras que Cristina lo hace en un viejo colchón en la parte baja de ese micro de larga distancia que hace años fue cedido como módulo habitacional. Con cartones taparon las ventanillas para que no entre el sol. Afuera, cuentan con un reparo de cañas donde pasan la mayor parte del día. También se las ingenian para lavar la ropa en un fuentón. "Sé que es muy difícil que me den una casa, pero por lo menos quiero un baño, eso nada más pido", expresó la mujer. "Nosotros somos jóvenes y podemos aguantar vivir así, pero ella no puede porque su salud empeoró", agregó Daniela.
Por lo pronto, así pasan sus días en ese humilde casa-bus donde reciben ayuda de un merendero. Entre la pobreza resiste la esperanza de que llegue una solución para que la salud de la mujer no siga empeorando.