Las fogatas, como ánimas luminosas en la negrura de la noche, eran lo único que alumbraba la inmensidad entre los árboles. A la luz amarillenta, de a ratos más intensa y de a ratos más tenue, los rostros tenían una teatralidad casi fantasmal y los cantores rasgando tonadas entre trago y trago agregaban dramatismo a la vigilia. Era la Noche de los Muertos, la víspera del Día de los Fieles Difuntos, y la costumbre era esperar en los jardines del Parque de Mayo cada noche del 31 de octubre antes de ir al cementerio a cumplir llevando flores y oraciones. "Mi madre sabía decir -recuerda Rosa, quien durante mucho tiempo vendía flores en las cercanías del Cementerio de la Capital- que esa noche los muertos estaban entre nosotros. Por eso la gente acostumbraba recordarlos juntándose a comer asados en el Parque de Mayo, con guitarreros y todo, porque estaba cerca del cementerio. Eran otros tiempos y como en el día de las ánimas no se trabajaba, todos se desvelaban recordando a sus muertos", dice. Este ritual era muy común a mediados del siglo pasado, pero luego desapareció. Y será recreado el 4 de noviembre, como un evento artístico (ver aparte).

El Parque de Mayo, que por entonces tenía una fisonomía bien distinta de la actual, se llenaba de cantinas que vendían comida y bebida. Carne asada y empanadas eran parte del menú, pero también se vendían embutidos caseros con pan y sánguches. En las proximidades se armaban las rondas y la gente a veces extendía carpas entre los árboles para pasar la noche, porque muchas familias incluso llevaban a sus niños a la Noche de los Muertos. "A los angelitos, los niñitos que se habían muerto, no se los festejaba. Había otro día mucho antes, en octubre, creo que era el primero de mes, para recordar a los angelitos y rezar por ellos, porque esa era la fecha de los Santos Arcángeles", rememora Rosa.

El recuerdo va más allá y se interna en la madrugada del día de la celebración. "Era como una fiesta, nadie estaba triste. Los muertos no se lloraban en esa noche, porque ya se habían llorado antes. Y antes de salir el sol, la gente calentaba agua en las brasas que iban quedando para empezar el mate, antes de ir a la misa que se hacía en el cementerio", cuenta Rosa. Según su relato, todos llevaban flores. "Algunos compraban, otros las traían de su casa. Si el muerto era reciente (de un año atrás o menos), las mujeres todavía iban de luto. Nadie faltaba a la misa, porque si uno iba a la misa y rezaba por sus difuntos, se decía que si el alma estaba en el Purgatorio, ese rezo lo ayudaba a subir al Cielo. Y para el que rezaba también había bendiciones en esa fecha, porque había indulgencia, pero había que confesarse, comulgar y estar en gracia de Dios desde el día antes", recuerda la mujer.

Con los años y la eliminación de los feriados para esa fecha, el hábito popular de la víspera del Día de los Muertos se fue diluyendo. En algunos lugares alejados, la gente todavía acostumbra llevar el mate en esa fecha y pasar un tiempo más junto a sus seres queridos, pero son los menos: la mayoría apenas van con el tiempo justo de dejar sus flores y su oración, para irse a los pocos minutos.

Hoy la costumbre de la Noche de los Muertos se ha perdido. El Cementerio de la Capital sigue siendo el más tradicional de la provincia, pero los antiguos camposantos departamentales se han convertido en cementerios con horario de apertura y cierre y servicio de mantenimiento tercerizado, que no permite ni siquiera un florero que no se ajuste al reglamento. Y en los parquizados, con sus parcelas simétricas y su ritual tan organizado, sería impensable un picnic con asados y guitarreada como los de otras épocas.