Se acoda sobre la mesa y lo mira: el tablero de ajedrez, hecho totalmente a mano, sostiene majestuosas las piezas que él mismo talló en madera. Miden entre 10 y 20 centímetros de alto y no podrían ser más sanjuaninas. El rey es Domingo Faustino Sarmiento (con el mismo rostro que está representado en la estatua de la Plaza 25), la reina es Doña Paula, los alfiles son el Campanil de la Catedral, las torres fueron reemplazadas por el Hongo de Ischigualasto, por caballos hay dinosaurios del Valle de la Luna, y en lugar de peones hay libros abiertos, en referencia a la obra del Maestro de América. Quien hizo todo esto, y ahora lo contempla con orgullo, es Elio Velázquez, uno de los instructores de la flamante Escuela de Ajedrez de Rawson. Pero aunque hoy es reconocido por esa tarea, Elio la remó desde muy abajo: antes de que el ajedrez le ayudara a ganarse la vida, tuvo que sobrevivir mucho tiempo como lavacoches en la ciudad.
La historia personal de este joven de 31 años es la parábola perfecta del busca. Pero no el busca chanta, sino el esforzado. Nació en el Médano de Oro, en Rawson, y creció sin más horizonte que el de las plantaciones en las que trabajaba. Pero, empecinado en cambiar de vida, de adolescente dejó el trabajo rural y se mudó a la ciudad. No logró un progreso inmediato, sabía que el futuro era accesible sólo con el trabajo de hormiga. Por eso empezó a cuidar coches, trapo al hombro, aprendiendo el oficio y mirando de reojo qué otra cosa podía hacer para no estancarse allí.
Fue así que a los 16 años, cuando todavía cuidaba autos y ya manejaba todos los códigos de ese mundo callejero, consiguió, por recomendación de una clienta, empezar a hacer changas en una carpintería. Una cosa llevó a la otra, y Elio aprendió. En la carpintería vieron lo hábil que era con las manos, entonces sus trabajos empezaron a ser más frecuentes. Y más estimulantes. Entonces, convertido ya en un avezado artesano, hubo un nuevo cambio fundamental en su vida: aprendió a jugar al ajedrez a los 23 años. Y vio que ahí estaba lo suyo.
Hoy, Elio conjuga su habilidad con la artesanía y su pasión por el ajedrez. Es quien hizo en madera casi todos los tableros y fichas que usan en la Biblioteca Popular Patriotas Nóveles, además de otras bibliotecas populares rawsinas. Le llevó menos de un mes hacer el ajedrez con los campaniles y los dinosaurios. Y a todo lo que consiguió en la vida le agrega un orgullo extra: su hijo Ulises, de sólo 2 años, ya reconoce a la perfección cada una de las piezas del juego que enseña su padre.