Sí, la atención llama. Y la clientela. El pony blanco enchapado en cuero y tachas, como salido de una de cowboys, Darío para los íntimos, llama mucho. Imposible no acariciarlo. Y cómo no sacarse la foto con él por 10, ó 15, ó 20 pesos a color. Igual que Yohny el pony, el negro, disfrazado ídem. Dos pinturitas que llaman a familias enteras en una esquina de la plaza 25 de Mayo. Pero el que llama multitudes, el que llama con todos los laureles, es Aquiles la llama. Está atado a la baranda de la rampa para discapacitados. Una foto con Aquiles cuesta lo mismo que con los petisos con sombrero y pistolones del Farwest.
La llama se llama Aquiles porque es una llama macho, explica entre didáctico y socarrón Gustavo, el pibe que pasea a los animales de provincia en provincia, te hace la foto digital, te la imprime al instante, te cobra y te da el vuelto. Es de La Quiaca, Aquiles. Gustavo es de Buenos Aires, como Darío y Yohny. Y como el puñado de aventureros que se subieron al mismo trailer cargando más ponys y más llamas, salieron a gastar cubiertas y deshojar suertes, y tiraron ancla detrás de la Terminal de Omnibus. Desde allí, se reparten: algunos llaman a la foto en la terminal, otros en el Parque de Mayo, otros en la plaza 25. Siempre caminamos, dice Gustavo, y arregla el fleco de Príncipe Encantador que el vientito Norte le está despeinando a Darío.
Desfilan hordas de niños que dale mami, hordas de madres que bueno nene, hordas de maridos que cuánto cuesta. Los ponys, ojos brillantes, se dejan montar y hasta miran la cámara. Aquiles tiene menos aires de estrella. Si hay cliente, se levanta, despliega el manto de polar amarillo con alforjas verdes flúo y se para donde Gustavo lo deje. Serán unos segundos nomás. Hecha la foto, Aquiles olvida la cara del cliente y pega la vuelta, y vuelve a la baranda, y lo atan, y espera. Y mientras espera, la llama mastica una hoja amarilla de mora que le hará de entretenimiento el resto de la siesta.

