Dijo que si pudiera se cambiaría el nombre, porque su vida ha sido un calvario como la del mesías. Se llama Jesús Alvarez, tiene 20 años, y desde hace casi dos vive en el ex ministerio de Desarrollo Humano, uno de los edificios públicos que quedó vacío con la puesta en funcionamiento del Centro Cívico.

El joven dice que no tiene trabajo y come sólo cuando recibe unas monedas por lavar autos o regar los jardines de la Catedral. Admitió que cometió varios errores en su vida, pero que está dispuesto a cambiar para que su hija no se avergüence de él.

La efímera luz del flash del fotógrafo de DIARIO DE CUYO dejó a la vista un colchón y unos cuantos trapos tirados en un rincón, suficiente para suponer que en el interior del ex edificio de Desarrollo Humano había ocupantes. Un segundo flash lo confirmó. Enceguecido por los destellos apareció Jesús, asustado por creer que se trataba de la Policía.

"No estoy haciendo nada malo -dijo a modo de saludo- me quedo aquí porque no tengo dónde ir, y porque soy discriminado por la sociedad. Nadie me da una segunda oportunidad para demostrar que puedo cambiar de vida y hacer cosas buenas".

Jesús Alvarez tiene 20 años, y desde hace casi 2 vive en el ex edificio de Desarrollo Humano, último destino de una vida sin rumbo. Desde los 13, después de que falleció la tía que lo criaba, comenzó a vagar por las calles, a drogarse y a robar, escapándose de los institutos para menores cada vez que podía. Hasta que cumplió la mayoría de edad y fue condenado a prisión efectiva, acusado de robo. "Robaba para comprar las drogas, hasta que me obligaron a hacer rehabilitación -recordó-. Después me llevaron preso por esos robos. No me puedo olvidar de todo eso que viví. Ya estoy recuperado, pero pagando las consecuencias de mi vida pasada".

Una vez en libertad, Jesús se encontró nuevamente en la calle, pero esta vez decidido a no cometer los mismos errores. Contó que hasta que se desocupó el edificio de Desarrollo Humano pasó las noches afuera de la Catedral, viviendo sólo de las changas que le daban de vez en cuando.

Jesús tiene una hija pequeña a la que dice que no ve porque le da vergüenza no poder comprarle ni un caramelo. Dijo que las monedas que gana lavando autos o regando los jardines de la Catedral le alcanza sólo para comer un sándwich de vez en cuando. Contó que se siente sano y fuerte para trabajar, pero que nadie le da empleo por ser ex convicto. "No me gusta pedir. Lo único que acepté fue un colchón que me regaló una señora que venía a misa a la Catedral -recordó-. Si tengo hambre me aguanto y no voy a pedir comida a los restoranes de la cuadra porque todavía me queda un poquito de dignidad", dice.