Los cerros cambian continuamente: hay algunos con formas redondeadas, otros que son lisos, otros que parecen pirámides escalonadas. Algunos son de color rojo, otros marrón y otros de color negro. El guía explica que todas esas formas no tienen nada de caprichoso, sino que enseñan cómo era el paisaje muchos años atrás, cuando todo se estaba formando. Más allá, los restos de cerámicas, la ubicación de las piedras y las construcciones de barro deterioradas, dan información sobre lo que sucedió años más tarde, cuando los aborígenes habitaron esas tierras y cimentaron la cultura del lugar. Allí todo, hasta las plantas, son fuente de información. En Iglesia, el recorrido guiado (y gratuito) por los lugares que contienen esas riquezas, mezclado con la tranquilidad y el aire de la montaña, ayuda a pasar de la mejor forma las vacaciones de invierno.

Al salir de Rodeo, el camino comienza adentrándose en la montaña. La primera parada es la Cueva del Indio. En el espacio hay 37 cuevas que son como una máquina del tiempo. Entrar en ellas hace que sea fácil aprender cómo vivían los primeros habitantes de esas tierras, que pertenecían a la cultura Angualasto. El guía, Alberto Ramírez, un iglesiano que parece conocer el lugar como la palma de su mano, explica que algunas de las cavernas son naturales pero que los indígenas las reconstruyeron para habitarlas. Las cuevas protegieron los vestigios aborígenes del paso del tiempo. Adentro, se puede encontrar las herramientas que usaban para trabajar, las semillas que conservaban en cañizos, pedazos de ponchos, plumas y hasta cabellos de los primeros habitantes.

El camino sigue en medio de la montaña, en los Templos del Viento. Y, a pesar de que el nombre del lugar alerta sobre el clima, no alcanza para imaginar la velocidad y el frío del viento en invierno. El aire corre con fuerza en la altura y persiste todo el año y las marcas de los cerros lo demuestran. El frío es intenso pero el guía anima a los visitantes explicando las bondades de ese aire que, según dice, ayuda a limpiar la piel y el cuerpo.

Para seguir hay que caminar. Mientras el contingente avanza, Ramírez se encarga de hacer conocer la flora del lugar. La primera planta que se ve se llama cachiyuyo zampa y, con ella, los aborígenes se lavaban el cabello. El guía dice que realza el color del pelo y que, el que la usa, jamás tiene caspa. Pero indica "¡alto!": es que, a pesar de las ganas, nadie puede llevarse unas ramitas, porque hay que proteger la flora del lugar. Entre las especies también se destaca el retamo, que es ideal para hacer el hilo encerado. Y más adelante aparece el jume, que los indígenas usaban para hacer jabón.

Al caminar, las formaciones geológicas siguen apareciendo. El grupo pasa por Los Amautas, un cerro que por su forma fue bautizado con el nombre que se les daba a los brujos de las tribus. De golpe, el cerro vuelve a cambiar: aparece una pirámide con escalones rectangulares de color rojo, con el nombre basaltos colonales. El guía dice que no sabe con exactitud los años que tiene cada cerro, pero asegura que su forma se debe a la fuerza que hicieron las placas cuando chocaron y comenzó a crearse la precordillera. La cadena de cerros continúa con las lavas almohadilladas. Se trata de montañas que tienen forma ondulada, como un copo de algodón. Según los estudios, se debe a que están formadas por lava que emanó de un volcán que había en el lugar y que, con el paso del tiempo y la fuerza del viento, se solidificaron.

Después de caminar en medio del viento helado, el camino sigue en vehículo. Hay que llegar hasta los geoglifos indígenas, una gran figura formada por piedras de distintos colores sobre un terreno plano, que se aprecia mejor desde la altura. Según Ramírez, ese geoglifo es un mapa que hicieron las culturas nativas para indicar qué había en cada lugar. Por ejemplo, los círculos hechos por piedras rojas que en el medio tienen un hueco, señalaban que en ese sector había avestruces.

La próxima parada del viaje es en el paredón del dique Cuesta del Viento. Allí, el guía informa que fue construido sobre el pueblo del Bajo Colola y que las casas de la gente que vivía en el lugar quedaron bajo el agua.

Después, hay que manejar hasta Angualasto, que es el último destino. En el pico del Cerro Mirador donde se puede ver la imagen del cacique Pismanta, está el punto panorámico. Se llama así porque por su altura se puede mirar hacia abajo y ver gran parte de Rodeo. Cerca, está el museo Luis Benedetti, que contiene restos de los elementos de barro y piedra que usaba la cultura Angualasto y guarda una momia que fue encontrada a 300 metros del lugar. Se trata de una mujer que estaba enterrada en posición fetal, con las manos entrecruzadas sosteniendo su vientre, por lo que presumen que estaba embarazada.

El recorrido termina más adelante, en un espacio en el que se puede ver vestigios de construcciones aborígenes hechas con barro. Allí hay chozas, corrales y restos de cerámicas esparcidas en el suelo, que recuerdan que los miembros Ansilta fueron los primeros dueños del lugar.