La portada del libro lo dice todo. Un niño atemorizado con una nube negra, con un pequeño Sol, sobre su cabeza. Un joven en el fondo de un pozo, con la misma nube, pero más negra, con rayos y centellas y sin el Sol. Un hombre de avanzada edad, en la cima, con el Sol brillante sobre su cabeza. Esta secuencia de dibujos resume lo que fueron más de 50 años de la vida de Roberto Tufic Nafá, uno de los ingenieros más reconocidos de San Juan, que tuvo la misión de hacer los cálculos del Centro Cívico, entre otras cosas. Hoy, casi con 73 años, salió a contar por primera vez, que por más de medio siglo lo atormentó una enfermedad que tuvo que ocultar por décadas: Trastorno Obsesivo Compulsivo, popularmente conocido como TOC. Y es esa historia la que plasmó en un libro que acaba de publicar, “La gran lucha”. Su objetivo es obsequiarlo a quienes padecen esta enfermedad. También da charlas y está formando un grupo de autoayuda.

“Honesto, sin dobleces, que no soporta la mediocridad, fiel con su familia. Activo, esquemático, con una gran dosis de valentía”, así lo definió su compañero de la vida, José Zamarbide, el otro ingeniero que hizo los cálculos del Centro Cívico y quien escribió el prólogo del libro de Nafá. Por más de cincuenta años, este ingeniero cosechó amigos, compañeros de trabajo y hoy disfruta más que nunca de su familia, de sus nietos. Su casa, además de estar repleta de juguetes, está colmada de portarretratos con las fotos de los niños. Una y otra vez dice que está donde está por sus amigos y su familia.

Pero gran parte de su vida fue una odisea. “Todo empezó cuando tenía 13 años. Llegó una orden de mi mente que me decía que debía leer tres o cinco veces cada párrafo porque de lo contrario algo malo le sucedería a un miembro de mi familia. A partir de ahí quedé atado. Siembre tuve la atención dividida en dos partes: lo que ocurría en el mundo que compartía con los demás y lo que pasaba en mi propio mundo”, cuenta Roberto. De ahí en más, acallar lo que le pasaba fue su primer objetivo porque pensó que lo iban a tildar de loco. Ocultar su enfermedad por más de 50 años fue tan torturante como padecerla.

Aunque comenzar con la actividad deportiva (jugó al hockey sobre patines), lo salvó por momentos porque cosechó amigos que se convirtieron en hermanos, antes de cada partido, otro síntoma de la enfermedad lo atormentaba: no podía ir al baño. “Nunca me concentré en un partido el 100%. Las ganas de orinar me agobiaban, pero una voz me decía que no podía ir al baño antes del partido porque iba a perder energía”, cuenta. “Hice muchísimo esfuerzo por sobreponerme, para que nadie lo notara. Toda esa mochila interior de miedos se llevaba gran parte de mi energía y concentración”, agrega.

Pasados los 20 años cayó en un pozo profundo. Hipnosis, electroshock y un cóctel de psicofármacos formaron parte de las mil y una alternativas que buscó para recuperarse. Pero nada de eso surtió efecto. “Hay que tener mucha fuerza de voluntad para superarlo. Después de ese pozo, comencé a escalar lentamente, con caídas y levantadas, hasta sentir que estaba mejor. Mi hermano se enteró hace un año de mi enfermedad. Este ocultamiento me dejó sin energía”, cuenta el ingeniero.

Estudiar una carrera universitaria no le fue una tarea fácil. Los rituales del TOC se imponían en la lectura y no le permitían avanzar con los libros. Es aquí donde Roberto rescata la ayuda de sus compañeros que le prestaban sus apuntes para que pudiera avanzar en su carrera. A esa altura estaba lleno de rituales: leer 3 o 5 veces cada párrafo, saltar las juntas de las baldosas, lavarse las manos compulsivamente. Pensar que todo iba a salir mal.

El primer gran trabajo que tuvo como ingeniero fue hacer el cálculo de la estructura del Centro Cívico. “Lo hice con mucho esfuerzo, porque seguía con mi mochila de obsesiones, ansiedades, angustias. Por temporada las calmaba”, cuenta. Roberto siempre fue consciente de lo que le sucedía por ello nunca dejó de buscar ayuda. “Sabía que la cura estaba en mi. Los psicofármacos y los psiquiatras solamente no iban a sacarme la mochila. De a poco empecé a entender que mis obsesiones eran una tontería. Que gastaba demasiada energía”, agrega el ingeniero.

Hoy, que afirma estar recuperado, aún cuando sigue con chequeos médicos periódicos, se atreve a contar su historia y lo hace a través de un libro. Como buen ingeniero, a la hora de escribir sus anécdotas, Roberto recurrió a las ilustraciones y gráficos. Además, ideó siglas para resumir lo que implica el TOC. “Aprendí que todo pensamiento negativo no es la única respuesta posible”, dice. Así surgió la sigla PAN (Pensamiento Anticipado Negativo), CAN (Conclusiones Anticipadas Negativa) y por último usó la palabra STOP.

“Todo lo que pasé no habría sido posible superarlo sin una buena terapia, el medicamento adecuado, y mi voluntad de salir”, dice.

Ahora, lo que busca es allanar el camino de quienes padecen TOC y que entiendan que no son los únicos y que es posible superarlo. “Las proyecciones o rituales que se realizan antes de una situación futura, jamás podrán cambiar la realidad. Sólo producen malestar y un innecesario consumo de energía y tiempo”, concluye el ingeniero.