Un papá muerto en la Segunda Guerra Mundial cuando él tenía apenas 5 meses. Una madre que -según él- le transmitió todo ese dolor desde el amamantamiento y con quien nunca alcanzó una comunicación verdadera. Una pesadilla recurrente que lo atormentó durante décadas y finalmente logró exorcizar: que él había matado a su padre. Desafortunadas relaciones de pareja (la cineasta Laurie Durning es su cuarta mujer, luego de tres divorcios agitados). La eterna búsqueda de la familia propia. Y muchas, muchas horas de diván… Cerca de pisar los 70 años, Waters se asume como un hombre que sintió tristeza casi desde que abrió los ojos a este mundo agobiante. Angustias que, confesaría él mismo, fueron motores -desconocidos por sus seguidores- de esas celebradas creaciones artísticas (se dice que The Wall fue el clímax de su catarsis, su producción más autobiográfica) que lo convirtieron en un gurú del rock internacional; aunque él siempre se sintió mucho más cerca del rótulo “de carne y hueso” que del de “rockstar”.