La expedición dirigida por Juan Manuel Cabot, durante los meses de enero y febrero de 1817, destinada a liberar la ciudad de La Serena y el puerto de Coquimbo, constituye uno de los momentos más brillantes de la historia sanjuanina. Fue posible porque se contó con el apoyo de todo el pueblo, por la valentía de quienes marcharon, por la brillantez de quien elaboró el plan y por la profesionalidad militar con la que se efectuó la proeza.

El plan sanmartiniano comprendía enviar soldados por seis rutas diferentes a fin de restaurar la libertad en el conjunto del territorio chileno. La columna principal comandada por el propio San Martín estaba integrada por más de 5.000 hombres;

marchó por el camino de Los Patos al Sur de la geografía provincial y tenía como objetivo librar una victoria decisiva y desalojar a los españoles de Santiago, la capital de Chile. El pueblo sanjuanino realizó enormes esfuerzos para equipar esta muchedumbre y casi una tercera parte de sus integrantes eran nativos de nuestra provincia.

Y como un esfuerzo más, nuestro pueblo debía formar la columna Cabot, que en el momento de la partida se calculó integrarla con 400 hombres. Para ello el joven gobernador José Ignacio de la Roza debió encontrar 1.000 mulas y 60 caballos suplementarios además de 120 quintales de charqui y 60 de galletas. Se vaciaron hasta lo último los depósitos del Estado y no quedó vecino sin que hiciese un aporte: la almacenera Loreta de Oro aportó la yerba y el Cabildo contribuyó con 80 arrobas de vino; otros aportaron el tabaco, el maíz tostado o el aguardiente.

Una vez que San Martín decidió cómo se repartirían los 400 hombres entre los cuadros de combate, quedó decidido que, dado que había milicianos argentinos y chilenos, fueran portadas ambas banderas. El comandante en jefe era Cabot y el segundo al mando era justamente un chileno, Patricio Ceballos.

A principios de enero de 1817, el sacerdote Manuel Torres escribió al gobernador De la Roza para comunicarle que todo estaba dispuesto para que en todas las iglesias de la provincia se hiciera efectiva una rogativa general a fin de "interesar con nuestras preces la poderosa protección del Eterno, por el feliz acierto, prosperidad, y victorias de nuestros Ejércitos, y con especial del intrépido de los andes contra el Tirano Usurpador, de nuestra libertad". Así, hasta en la más humilde capilla hubo sanjuaninos que se inclinaron para orar por las acciones que iban a emprenderse.

La confianza que se tenía era muy grande, hasta el punto de que el Gobernador dispuso mediante un bando fechado el 12 de enero que se concretara la demolición de las trincheras y parapetos que existían en la ciudad. Estas obras se habían construido en previsión de un ataque español que podría venir desde Chile.

El 18 de enero, la larga columna comenzó a ponerse en marcha. Como era habitual a principios del siglo XIX, Cabot, el comandante en jefe, era el último en partir. A muy corta distancia estaba la costa del río San Juan, que a diferencia de otros años estaba sumamente crecido. Vadear las aguas tumultuosas sería el primero de una larga serie de inconvenientes que encontrarían los patriotas. Pero todos serían superados con éxito.