Primaveras más urbanas que esta, imposible. Los arañazos de la arena en la piel con el ruido del viento en el Dique de Ullum pasaron a segundo plano. Las juntadas populares en las plazas céntricas de los departamentos pasaron a tercer plano. Y la pelota yendo y viniendo entre las arboledas de los clubes alejados pasó a cuarto plano. La estación florida arrancó su versión 2010 con el corazón puesto en las avenidas, en el ritmo de la ciudad, en el abanico de posibilidades del Parque de Mayo, que anoche terminó reuniendo, según el conteo policial, a unas 80.000 personas.

La desproporción en las preferencias para el sitio de festejo fue abrumadora. Mientras el año pasado un solo complejo del dique registraba unos 25.000 jóvenes acampando, ayer apenas se llegaba a esa cifra sumando todos los clubes de Ullum, los lugares de diversión de Zonda, el camping del Cerro Blanco y los predios de acampe y verde de Rivadavia. Y la cifra flaqueó temprano, antes de las 18, cuando empezó el éxodo hacia el Parque, todos con la mira puesta en la Banda XXI y su cereza de la torta.

Eso sí: una isla, una breve excepción al hormiguero de cemento, fue el camping del Dique Lateral de la Villa Tacú, localidad que rodó de boca en boca y que hasta alertó a la Policía para una posible clausura, algo que jamás sucedió.

No era para echarle la culpa al clima, que hizo honores al cambio de estación. Más bien, decían los jóvenes que abandonaban las playas en caravana hacia la meca de Libertador y Las Heras, era una cuestión de bolsillo. Eso sí, el billete no faltó a la hora de rastrear los porrones, botellas y tetras prohibidos; mercadería que, en su mayoría, terminó durmiendo bajo siete llaves en una comisaría y en el Centro de Convenciones.

Pero más allá de las multitudes y de los tirones de oreja, la primavera arrancó en paz, con un solo incidente en un camping y mucha adrenalina en el escenario del Parque, donde la noche bajó la persiana con sabor a labor cumplida en esto de homenajear a todos los jóvenes.