Beatriz Oviedo no quiere hablar. Con la mirada perdida en el mar de basura tirada dentro y fuera de lo que alguna vez fue la sede del comedor de la Fundación El Fogón, creada por Ernesto Sábato en 2003, la mujer aprieta los labios para no dejar salir el llanto que se le agolpa en la garganta. “Acá hacíamos de comer todos los días, llegamos a tener 300 chicos almorzando -dice- y también había clases de apoyo escolar, se enseñaba a dibujar y a pintar. Pero todo eso se acabó y lo único que queda es este desastre. Para colmo, se murió don Ernesto. No podía ser más triste esto”.
El entorno parece darle la razón. Enclavado en un baldío donde las piedras, los pañales descartables y las bolsas rotas son parte del paisaje, el lugar que fue el primer comedor de El Fogón de todo el país se anticipó al duelo por la muerte de su creador. Mucho antes que los noticieros dieran la noticia de que Ernesto Sábato había muerto, el fin de semana pasado, el comedor del Lote Hogar 30, en La Bebida, dejó de existir. “En el 2007, nos avisaron de la Fundación que ya no podían mandar más dinero para sostener el proyecto. Hicimos intentos por sostenerlo, pero no pudimos. Y cuando lo tomó la unión vecinal, fue el fin”, cuenta Beatriz.
Pero no siempre fue así. En las paredes teñidas por el fuego que arrasó el techo del salón, entregado en comodato a la Fundación El Fogón en mayo de 2003, sobreviven tercamente algunos dibujos infantiles. Son lo único vivo que hay debajo de las vigas de madera que proyectan su sombra sobre la basura dispersa por el piso y en medio de un olor nauseabundo que marea. Es que cuando comenzó a funcionar, el Fogón de La Bebida era mucho más que un comedor infantil. Un grupo de voluntarios de la UNSJ daba clases de apoyo a los chicos de la zona y otros, enseñaban pintura y a hablar en inglés o daban clases de reciclaje. El olor a comida recién hecha era una constante, cuando en las gigantescas ollas se calentaba a fuego lento algún guiso, de la mano de Beatriz y otras mujeres que aportaban su trabajo. Una foto de esa época muestra cómo, por las tardes, las cortinas hechas por esas mismas mujeres dejaban pasar el Sol para que los chicos hicieran los deberes en los mesones, mientras otros coloreaban sus dibujos, rescatados de la calle y el abandono.
Por entonces, cuidar aquel primer Fogón era un trabajo aparte. “He dormido acá adentro, para que no se robaran nada -recuerda Beatriz- y con otros vecinos, hacíamos guardia para cuidar lo que había adentro del comedor. Después, con mucho esfuerzo, pudimos poner una alarma y así estar más tranquilos”.
Hoy, cada vez que sale a la puerta, Beatriz no tiene más remedio que ver lo que quedó de aquello, porque su casa está justo enfrente del viejo comedor. Los vecinos de la calle Yornet y de las bocacalles que delimitan el predio también se lamentan, porque según afirman, “en este lugar pasa de todo y no es seguro pasar por aquí cuando empieza a oscurecer”.
Sucio, abandonado y en ruinas, el primer Fogón del país, orgullo de Ernesto Sábato, parece llorar la muerte de su creador, justo cuando a punto de cumplir 100 años, el escritor dejó este mundo.

