Un mozo gambeteaba niños para poder llevar los pedidos atrasados. Los platos de cartón se resbalaban de un lado a otro sobre la bandeja por el movimiento del hombre. Pero ninguna empanada caía con los sacudones, ni las lechugas de los lomos, que flameaban en la carrera, se escapaban. Desde las patillas del mozo una línea de sudor se engordaba con cada pedido. Es que en algunos de los puestos de comida no calcularon la demanda que tuvieron el sábado. “Como ayer hicimos 700 empanadas, hoy amasamos la misma cantidad antes de que empezara la fiesta. Pero nos quedamos muy cortas, ahora estamos preparando 400 más”, comentaba con los nudillos rojos de tanto amasar, Rosario Cerda, dueña de uno de los puestos de comida. “Cabezón andate a la casa y buscá más chorizos”, se escuchaba en otro stand de comidas rápidas. Mientras tanto los clientes que estaban en la cola se agarraban la cabeza, iban a tener que hacer otra cola o esperar que ese hombre trajera el material para terminar los choripanes. Aparentemente en los puestos estimaron menos gente de la que fue, igual que el personal municipal.
