Ellos, los angoleños (prefieren que les digan angolanos) están totalmente
acostumbrados. Al calor, a la humedad, a los mosquitos. La temperatura
media es de 28 grados. Y, en esta época del año, rara vez el termómetro baja de los 30 grados. Puede estar nublado o con sol. Igual es complicado hacer
movimientos rápidos y continuos. Porque el calor quita fuerzas. Y, por la humedad, la ropa se pega al cuerpo. Parece que uno tiene las manos, o cualquier parte del cuerpo, como mojadas. Para quienes llegamos
de un clima seco, el sufrimiento es máximo. Para completar las
molestias aparecen los mosquitos.
Siempre están. De día y, más, de noche. Y, por supuesto, con los nefastos problemas que traen sus picaduras. Por algo hay tanto celo en los aeropuertos
en pedir el cartón amarillo de las vacunas. Si hay alguien que no le presente, no entra al país. No existe otra alternativa.
Acá, todos están acostumbrados. Eso sí, prenden los aires acondicionados
permanentemente. Al menos eso aleja os mosquitos.
El uso de repelentes es indispensable. Los visitantes los rajeron de todo tamaño y forma. Así que el perfume es uno solo: Nada de Azzaro o de
Calvin Klein. Olor a Off. En este Angola a medida que pasan los
días, quienes, llegamos de otra atitudes, entendemos que nada
tiene que ver con nuestras costumbres.
