Es raro, todo es raro. Al menos para nosotros, los argentinos, que estamos acostumbrados a ver y vivir otra cosa. Es evidente que la diferencia social en Angola es bien marcada. Porque de los lujosos hoteles y edificios se pasa al común de las casas bien precarias y a la gente tremendamente humilde que invade las calles.
Es un mundo aparte. Son miles y miles. Que ocupan las veredas, los rincones y todo lo que uno se pueda imaginar. Lo mismo el tráfico. No hay personas de raza blanca. Todos de raza negra. En nada se parece Angola a Sudáfrica, donde los blancos han ganado un lugar importante. Ayer, del recorrido del aeropuerto hasta el complejo donde se alojan muchos argentinos, fue un viaje de una hora de locos. El policía motorista que encabezaba a las dos combis demostró toda su calidad para manejar y liberar el camino. Pero lo admirable es cómo lo hizo. A plena sirena y a las patadas limpias a los automóviles que interferían el paso de la mini-caravana. Y los choferes de las combis nunca fallaron. Siempre fueron por detrás de la moto. Atrás, lógicamente iba una camioneta con policías bien armados. Llamó mucho la atención cómo las mujeres llevan las cosas que venden en sus cabezas. Increíble. Y la cantidad de ferias y lugares para ventas callejeras (foto). Otro mundo que iremos descubriendo con los días. Hasta ahora, raro, todo raro.
