A Myriam Martínez, profesora de Corte y Confección en la escuela Krause, las propias alumnas y vecinas del barrio La Estación, en Rawson, le habían aconsejado que no llevara pulseras, anillos, cadenitas y nada que tuviera valor cuando fuera a censar, ya que podía tener problemas. "Vayan con suerte y cuidado. No expongan cosas caras, como los celulares", les dijo a su vez una agente de Policía de la Motorizada 2, cuando el grupo de censistas dejó sus autos frente al puesto policial del barrio con fama de peligroso. "La verdad, tengo un poquito de miedo. Yo le había pedido a mi superior una custodia para todas las chicas, pero me dijo que no era necesario, que la Policía iba a hacer patrullajes", confesó Myriam, sin poder ocultar su temor cuando el grupo de maestras de la escuela Krause se dispersó y ella quedó sola, camino a su primera casa por censar. Sin embargo, con el transcurrir de las horas, Myriam se fue aflojando, perdió el miedo y terminó el censo de 39 casas en dos manzanas sin problemas.
Angaquera y de 26 años, Myriam nunca antes había censado o realizado encuestas y los pedidos de precaución que recibió en la previa la habían puesto nerviosa. Por eso, le pidió a su padre que la llevara a Rawson, quiso cambiar infructuosamente el chip de su celular por uno más barato de un miembro de la familia y hasta anotó el número telefónico de la Motorizada 2 que le ofreció un agente. Todo le pareció poco antes de adentrarse al barrio La Estación, que nació de la erradicación de la Villa El Nylon, tiene 572 casas y un fuerte estigma social, por ser un lugar con antecedentes de robos y homicidios.
"Al barrio lo conocemos porque lo censamos en otras ocasiones, como cuando se hizo la erradicación de la villa. Además habíamos hecho una recorrida previa esta semana y por eso estábamos confiados en que no iba a pasar nada anormal. Si bien no pedí custodia, solicitamos que la Policía estuviera alerta", dijo Víctor Rodríguez, el encargado de radio en esa zona.
La preocupación de los censistas y sus superiores era, además de trabajar en un barrio con reputación aliada a la delincuencia, que hubiera grupos de jóvenes tomando alcohol desde la madrugada o aprovechando que era feriado, pero el caserío amaneció tranquilo, con mujeres regando los frentes de casas y los niños frotándose los ojos, a la espera de los censistas.
"Ahí, ahí viene", entró gritando un chico, mientras la censistas caminaba a esa casa. La mayoría de los encuestados invitó a Myriam a sus comedores, le ofreció poder sentarse, ubicarse a la sombra y hasta agua o mate. Por eso, por la tarde, Myriam ya avanzaba segura por las veredas del barrio. "Gracias a Dios, todo salió bien. ¿Miedo? No, ya no", cerró la joven.
