Poco antes de las 7, con agua de vertiente, empieza a preparar la copa de leche. Lo hace en un anafe que le instalaron en la capilla de San Roque, frente a su cama y junto al altar. Y a las 8 en punto, con la leche humeante en la mesa, toca la campana que está junto a un corral para llamar a sus alumnos. Laura Agüero es la primera maestra designada por el Gobierno que empezó a trabajar en Casas Viejas, un paraje de cinco familias ubicado en las faldas del Pie de Palo, Caucete. Es un oasis en medio del desierto, de difícil acceso, en el que no hay agua potable, ni gas, la electricidad se genera por paneles solares y sus niños no iban a la escuela simplemente porque no tenían. Casas Viejas venía pidiendo desesperadamente que sus habitantes recibieran educación y hace unos días, tras el empuje de vecinos y una ONG, llegó la maestra al lugar.

Si bien hace unos años hubo un docente que iba y enseñaba conceptos, lo hacía por vocación y por el cariño que tenía por Casas Viejas. Era más que nada un acto solidario, que se frenó cuando el hombre ya no pudo subir más al lugar. Entre los niños en edad escolar, la mayoría no sabe leer, mientras que otros pueden escribir su nombre y otras palabras; o hacer cuentas básicas.

�Por eso, Laura Agüero está empezando de cero. ‘Recién estoy en etapa de diagnóstico. Tengo chicos de 5 a 16 años. Son dos de Nivel Inicial y a medida que los voy conociendo y determinando sus conocimientos, a los demás les estoy asignando el grado, pero en principio no pasan del 3ro o 4to’, contó Laura.

Tres días estuvo publicado el aviso de la creación del cargo a nivel provincial. Y en Educación eso es muchísimo tiempo, pues hay cientos de docentes en alerta ante cada aviso para obtener trabajo. Cuando Laura se enteró al tercer día, no lo dudó. Se presentó y dejó su suplencia en el 4to grado de una escuela caucetera ubicada a dos cuadras de su casa. También dejó a su hija, Daniela, y a su yerno, Franco, a quienes ama. Y todas esas cuestiones simples y diarias, como el agua potable, el baño dentro de casa o ir a comprar una gaseosa al kiosco más cercano si se tiene ganas.

Por ahora tiene 13 alumnos, pero hay cuatro nenes que en 2016 ya tendrán edad para empezar el jardín de infantes y otros tres que están estudiando en Bermejo pero que ahora podrán volver a Casas Viejas. Sus papás habían tomado la decisión de ir y volver todas las semanas a Bermejo para que sus chicos recibieran instrucción, pero ya avisaron que terminarán este ciclo escolar allá y que el año que seguirán en Casas Viejas, por lo que la población escolar se elevará a 20 alumnos.

‘Sinceramente estoy contenta con todo esto. No es sencillo llegar para armar una escuela en un lugar que nunca la tuvo, se trata de un desafío enorme para mí. Me decían que pensara bien al tomar el cargo, porque que acá no hay agua ni luz de red, tampoco baños y que no es fácil salir si pasa una emergencia, pero no importó. Y hasta ahora, el cariño de los chicos y la amabilidad de los padres vale la pena’, confesó la maestra.

Ella es vecina de Caucete y si bien hace unos años hizo suplencias en Las Liebres, en el límite con San Luis, y en La Planta, un paraje ubicado cerca de Marayes, allí ya había establecimientos, cuerpos docentes y hasta casas para ellos. Pero en Casas Viejas, la única aula está bajo la sombra de una galería de palos, cañizos y barro, en la casa que Juan Ferreyra empezó a construir en 1977.
Está a unos pasos de los corrales y por la que caminan las gallinas, se escuchan los mugidos de las vacas y los padres toman mate, con la mirada atenta a lo que explica ‘la seño’ y lanzando algún correctivo si alguno de sus chicos se distrae.

Tanto docente como niños y padres atraviesan un idilio. La más chiquita de todo el alumnado, Macarena Gallardo (5), no se despega de Laura. Quiere ayudarla con todo, desde guardar los juguetes hasta acompañarla mientras revisa cuadernos y arma la clase del día siguiente. Y cuando se aleja durante unos minutos, no es que se fue a su casa, sino que volvió a la galería que es el aula para pintar y seguir dibujando con los lápices que llegaron de regalo.
Izar y arriar la bandera aún emociona a todos en Casas Viejas. Diego, uno de los jóvenes del lugar, es el encargado de poner el CD en un equipo de música que llevó el ministerio, y ahí, en un patio de tierra con las sierras de fondo, el Aurora suena en el más absoluto silencio y respeto.

Luego, todos los chicos acompañan a la maestra a la capilla y se despiden. Laura prepara su comida y cada alumno vuelve a sus hogares, todos ubicados muy cerca uno de otro, para realizar las costumbres diarias de jugar, cuidar animales o ayudar en las chacras.

Pero será hasta el otro día y para darle paso a la flamante y anhelada rutina que ahora luce Casas Viejas: tener clases y con ‘la seño Laura’.