Fotos y video: Marcos Carrizo – DIARIO DE CUYO 

En cualquier libro de autoayuda disfrutar de lo sencillo es un consejo casi infaltable. Diego no leyó nunca ninguno pero es un ejemplo que encaja a la perfección. Goza de cosas tan simples como mirar el atardecer, conversar con un vecino en la vereda o comer un asado. Es consciente de que cada momento es un regalo que le da la vida y cómo no disfrutar si estuvo cara a cara con la muerte. Se siente afortunado, dice que la vida le dio una segunda oportunidad y, lo más importante, que es feliz. El quiebre entre el antes y el después, un terrible accidente de tránsito.

 El antes y el choque 

Diego Alejandro Vera Correa tiene 42 años pero hace 4 volvió a nacer. El 9 de enero de 2016 su vida cambió para siempre. Fue cuando volvía de un boliche junto a un conocido. El auto Ford Focus que él manejaba a alta velocidad despistó en una curva, se fueron contra un poste de luz y terminaron volcados adentro de una finca, en 9 de Julio. Rodolfo Ahumada (39) falleció en el lugar. Diego en cambio se salvó, pero quedó gravemente herido y nunca más volvió a ser el mismo.

"Fue una mala época, yo venía mal… venía de divertirme, como cualquier persona que sale a divertirse a un boliche. Más allá de lo que había consumido, del alcohol que tenía en sangre, era una persona que no paraba de trabajar. Mis padres me vivían retando, me decían que parara la mano. Me levantaba a las 5 de la mañana, me iba al centro a buscar verduras y después atendía mi almacén hasta tarde. Me reventaba yendo a la feria, todos los días. Mi mamá me decía ‘pará, pará‘, pero yo no paraba, trabajaba como un loco y después salía a divertirme", recuerda, mientras acomoda la silla de ruedas para quedar en el radar de la cámara. 

Destruido. El Ford Focus volcó y uno de los ocupantes falleció.

Todo lo que cuenta sobre el accidente se lo dijeron después o lo buscó por internet, pues asegura que no se acuerda de nada. Tampoco guarda recuerdos de su infancia.

-"El choque fue el 6 de enero si no me equivoco".

-"No, el 9 fue", lo corrige su madre, Laura Correa (72), que es la que anda detrás de todas sus ocurrencias.

-"Bueno, el 9. Tenía un autazo, un Ford Focus full full automático, con asientos de cuero y todo. Se me salió en una curva, no sé si me quedé dormido o qué. Con la cola del auto pegué contra un pilar de la luz. Nos dimos vuelta, yo quedé colgando del cinturón. Tuve un corte en la nuca y se me desprendió el cuero cabelludo. El golpe en la cabeza fue muy fuerte, me hizo olvidar de todo".

Diego pasa por alto la muerte de su acompañante. Ante la pregunta, se mete en el tema. “No era un amigo de la barra, era una persona cercana a mi negocio. Nada más compartía el ir a las fiestas, yo solamente lo llevaba y ni sabía que había muerto”, dice. "Él lo buscó, por internet. Fue como al año, nosotros no le habíamos dicho nada. Él me pregunta ¿Mami ha habido un muerto en el accidente? y me muestra una publicación del diario", cuenta Laura.

Diego ya estaba viviendo con su madre y su padre cuando fue el accidente, en la casa que tienen en el Barrio Empleados de Comercio, en Caucete. Se había separado de su mujer y se había ido allí, pero seguía atendiendo el almacén en su vieja vivienda del Barrio Enoé Mendoza, donde crecieron sus tres hijos.

Al hombre se le infla el pecho cuando habla de su minisúper, pese a que según él las largas horas que le dedicaba incidieron de forma directa en la tragedia. "Me quedé sin trabajo cuando Ruiz Olalde cerró en Caucete, ahí me puse el negocio. Empecé atendiendo por una ventana y después me hice un salón, me iba muy bien porque trabajaba mucho, lo tenía lleno y tenía muchos clientes que hasta el día de hoy me piden por favor que vuelva", se alaba. Todo eso quedó en el pasado.

 

El después 

Los médicos del Hospital Rawson que lo recibieron fueron sinceros con la familia. Su cuadro era sumamente grave y las esperanzas tocaban el piso. Traumatismo craneoencefálico grave, hemoneumotórax, costillas quebradas, pulmones con líquido, fracturas en todo el cuerpo. "Los médicos me decían que si hubiesen apostado plata por mí, la perdían. No me daban esperanzas de vida", dice Diego, fanático de Boca y nacido un 8 de diciembre, Día de la Virgen.

En el Hospital Rawson estuvo dos meses en coma, con respirador artificial, rodeado de cables, tubos y aparatos de todo tipo. "La máquina hacía ‘pip, pip, pip, piiiii‘ y se volvían locos”, se ríe. La madre no se olvidará jamás cuando su hijo abrió los ojos por primera vez, ni lo primero que dijo: "agua". "Los médicos me decían que no habían explicaciones, que era un milagro", dice Laura. Y cuenta que todos los días le ponían en la cabeza o en el pecho una estampita con un pedacito del poncho del Cura Brochero y le rezaban. "Para mí fue un milagro de él", confía. También le imploraban a la Mama Antula.

Todo sirvió, pues increíblemente su cuadro dejó de ser grave. Al tiempo lo pasaron al sector de Clínica Médica por un mes y medio, hasta que su familia hizo los trámites para llevarlo a Mendoza, a la Fundación San Andrés, donde pasó cinco meses y medio rodeado de kinesiólogos expertos en rehabilitación.

Sin embargo, el cuerpo de Diego era como un pedazo de madera. Se le habían hecho calcificaciones y no tenía movimiento en la mayoría de las articulaciones. "Me dijeron que lo que tenía no se operaba, que iba a quedar para siempre hecho una tabla en una cama", sostiene la madre, y luego se conmueve al recordar que su hijo llegó al límite de no poder reconocerla: "Le daban hasta morfina, muchísima medicación por los dolores que tenía. Eso lo tenía sumamente perdido, no me conocía ni a mí, fue muy feo".

La familia entonces decidió traerlo de Mendoza. Les recomendaban internarlo en un psiquiátrico, pero se atrevieron a llevarlo a la casa, la misma donde ahora cuenta su historia, con su perro Rocco entre las piernas. "Es mi guardián", dice. Fue un regreso triste, sin demasiadas luces, porque los pronósticos médicos avizoraban una vida postrado en una cama.

Pero la fuerza de Diego pudo más. De a poco le empezaron a bajar la medicación, comenzó a reaccionar y los médicos, conscientes de sus ganas de salir adelante, se arriesgaron a operarlo. La primera intervención fue en la cadera, en el Hospital Rawson, un año después del regreso a San Juan, donde le colocaron dos clavos. A los tres meses lo operaron de una rodilla, después de un pie que tenía deformado, luego de un hombro que se le había calcificado y por último de una hernia umbilical. Todo fue paso a paso y con resultados favorables, al punto que tras las intervenciones consiguieron sentarlo.

Lo que vino después requirió de mucho esfuerzo. Las sesiones de kinesiología en las que hasta el día de hoy sigue dejando todo surgieron efecto y en la actualidad, cuatro años después del accidente, Diego se mueve solo en su silla de ruedas, logra parase con ayuda y hasta se anima a bailar, agarrado de unos caños que tiene amurados a una pared de su habitación. "Me fascina ‘Un beso y una rosa‘ de Sabroso", larga mientras sigue moviendo el cuerpo para que lo filmen.

Dice que su objetivo es volver a caminar, pero no se vuelve loco. Prefiere disfrutar del hoy, de cada momento, como la vez que el "Chiqui" Tapia, a través de Nacif Farías (Presidente de la Federación Sanjuanina de Fútbol), le mandó una camiseta firmada por Lionel Messi, Javier Mascherano, Marcos Rojo, Gonzalo Higuaín y otros astros de la Selección Argentina. O cuando se junta con sus amigos del Centro Impulso, los "Tiburones", a comer un asado, a tomar algo o a ver desde afuera cuando juegan a la pelota. Y si no tiene la posibilidad de salir, de ingeniárselas para entretenerse en su casa, como cuando él mismo se pone a fabricar rosarios que luego vende por Facebook solamente para poder volver a comprar los materiales. "Es así, no gana nada, pero se entretiene y le sirve para ejercitar los dedos. A la mano izquierda no la puede abrir del todo", aclara la madre, que ya inició los trámites para que su hijo cobre una pensión. Por el momento subsisten de su jubilación y la de su marido. "Llevamos cuatro años en los que todo lo costeamos nosotros, es duro, pero bueno", agrega la señora.

Son casi las 11 y Diego ya se empieza a preparar para la sesión con el kinesiólogo. Lo que están buscando ahora es que puede levantar un poco más los brazos y que al izquierdo logre estirarlo, por ahora imposible por una calcificación que se le hizo en el codo. "Me queda mucho, no soy el de antes pero he vuelto a nacer y son un agradecido. Es un milagro que esté vivo, lo sé y trato de superarme día a día. Veo mucha gente que se hace mala sangre por cosas chiquitas. Yo quiero que vean mi caso, que tengan fuerza, que no pierdan la fe. A los que están pasando por un mal momento les digo que no se den por vencido, que vean la forma de salir adelante. La vida es una sola", concluye con una sonrisa. La vida le dio una segunda oportunidad y no la deja pasar.

 SU BOOK DE FOTOS 

Viejos tiempos. Diego, antes del accidente, posa para la foto en una fiesta.
Orgullo. El almacén que tenía en el Barrio Enoé Mendoza. Dice que en el barrio lo extrañan.
Sorpresa. El día que Nacif Farías le llevó la camiseta de la Selección autografiada por varios jugadores, incluido Messi.
En familia. Diego junto a sus padres y su hijo más grande.
Amistad. Con los "Tiburones" lleva años juntándose. Dice que la pasa muy bien con ellos.
Bostero. Es fanático de Boca. Su ídolo es Tevez. Hace poco fue a ver un partido al Bicentenario.
Misión disfrutar. Un domingo ayudando con el asado en su casa.
Manos a la obra. Haciendo rosarios que vende por Facebook. Eso le ayuda a mejorar el movimiento de sus manos.
Fiel compañero. Con Marito, un vecino del Barrio Enoé Mendoza que ahora lo va a visitar a la casa de sus padres.