Ya habían pasado todos los saludos protocolares, la revista ceremonial de tropas, las respuestas al unísono, los "firmes" y los "descanso" propios de la ritualización castrense. Ya se había concretado incluso el desfile, en el que los militares habían marchado impecables, en escuadras perfectas, calculadas al milímetro. El Día del Ejército, que ayer cumplió los 200 años de su creación, avanzaba con toda la formalidad de la Fuerza. Por eso todos decidieron hacer un círculo y batir palmas cuando la Banda de Música empezó a tocar folclore, y de inmediato, como si hubiera estado esperando toda la mañana por ese momento, el bastonero del conjunto le dejó su instrumento a un compañero y, sin sacarse siquiera el morrión, se puso a bailar una chacarera con el ballet que estaba en la plaza de armas del RIM 22.

El bastonero, a quien el uniforme de gala igual al que usaron las tropas de Juan Manuel Cabot no le impedía moverse, demostraba con cada paso saber muy bien lo que hacía. Seguía la danza en total armonía con la paisana, agitaba los brazos, zapateaba con sus botas lustrosas y en ningún momento se le iba la sonrisa de la cara.

Tanto entusiasmo tuvo su reconocimiento. Desde el palco, donde estaban ubicados el gobernador Gioja, monseñor Alfonso Delgado, varias autoridades nacionales y provinciales y el Comandante de la Octava Brigada de Montaña, bajaban los aplausos para los bailarines. Y entre el público, que estiraba las cabezas en el cerrado círculo alrededor de la escena, se movían varios soldados que no querían perderse la foto de su compañero.

La fiesta siguió en el predio de Marquesado, con un elemento ya totalmente alejado de la formalidad con la que había arrancado todo al mediodía: un generoso locro en el comedor de los oficiales, donde la música, los brindis y las fotos de mesa en mesa les dieron el sello de camaradería al festejo del Bicentenario que hubo en la sede militar sanjuanina.