Cuando pasa un cierto tiempo, alrededor de un año o año y medio, debemos cambiar la maceta, la tierra y chequear sus raíces, ya que cuando la planta lleva tanto tiempo creciendo en una misma maceta ésta resulta pequeña para su crecimiento y el de su sistema radicular. Por esto, cuando las raíces llegan al fondo de la maceta y no pueden seguir creciendo más hacia abajo, hacen un giro hacia arriba y comienzan a crecer alrededor de la tierra de forma circular.
Además, en muchas ocasiones podemos observar raíces saliendo por los huecos que tiene la maceta para drenar el agua del riego y así intercambiar oxígeno. Por esta razón, con mucha frecuencia al cabo de pocas horas después de haber regado la planta, se observa en ella una cierta marchités, como si no la hubiéramos regado, quedando las hojas flácidas, con sus puntas inclinadas en dirección al suelo. Esto nos indica que en esa maceta hay más raíces que tierra, siendo ésta la razón por la cual no se retiene la humedad necesaria que la planta necesita entre un riego y otro.
Por esto la planta no continuará su crecimiento, comenzará a producir menos hojas y flores y además se hará más vulnerable a las enfermedades causadas por los hongos, debido a la frecuencia en sus riegos.
Para que el sobrante del riego no moje ni estropee la superficie en la cual descansa la maceta, es esencial disponer de un platillo que recoja el exceso de líquido.
A la hora de adquirir una maceta, hay que tener en cuenta el tamaño, material y la planta que se va a albergar en ella, incluso su ubicación, así las ideales para la intemperie son las que tienen una base firme, están fabricadas con hierro, arcilla o piedra ya que por su peso tienen mucha estabilidad ante un golpe de viento y aseguran una mejor solidez a las plantas grandes. Este tipo de macetas no tienen que alojar directamente el cepellón, sino actuar de porta-macetas, es decir, alojar la maceta que porta la planta.