Quienes la conocieron aseguran que Constanza “Coti” Mulet eligió llevar una vida intensa y que, en vez de preocuparse porque era conciente de que no tenía muchos años por delante, se dedicó a disfrutar cada día al máximo. Estudiaba 2 carreras, era fotógrafa, artesana, hacia gimnasia y estaba siempre con su familia y rodeada de amigos. Por eso, tras su fallecimiento en Estados Unidos, donde recibió un transplante de médula que se había transformado en su esperanza de vida pero que su cuerpo no resistió, sus allegados aseguran que era admirable.
“Constanza era especial. Siempre tuvo conciencia de que tenía pocas chances de vivir muchos años más. Sabía que si no se hacía el transplante iba a tener leucemia y también sabía que las consecuencias del transplante podían ser graves. Pero, siempre mantuvo intacta su virtud de vivir lo más plenamente posible”, contó Jorge Marún, quien es amigo del padre de Constanza, la vio nacer y la ayudó hasta último momento, sobre todo al ponerse al hombro el remate de obras de arte que se realizó como parte de la campaña organizada para conseguir fondos para la intervención. Al respecto, dijo que “Coti siempre se mostró agradecida con quienes colaboraron. Le costó ser parte de la campaña, sobrellevar el hecho de ser la protagonista. Pero sentía que ese era el único camino que la llevaría a ser intervenida”.
A pesar de que a veces se sentía cansada por la Anemia de Fanconi, la enfermedad congénita que padecía, Coti siempre trató de desarrollar diversas actividades al mismo tiempo. Con 25 años, sólo le faltaban 3 materias para recibirse de Abogada y Escribana. Hacía gimnasia constantemente para sobrellevar mejor su enfermedad. Le gustaba pintar, dibujar y era orfebre, creaba bijouterie de cobre, actividad que aprendió de la mano de Víctor Nobre. El artista, que la conoció cuando tenía 18 años y comenzó a asistir a sus clases, la definió como “macanuda, curiosa, interesa en aprender. Aunque era tímida, tenía una sonrisa fácil. Siempre iba para adelante y era extraordinariamente positiva”.
A esa actividad, en los últimos meses, se le había sumado la fotografía, que terminó transformándose en su trabajo. Jorge Amaya, quien la ayudó a dar los primeros pasos detrás de la cámara, contó que conoció a Coti porque se ofreció a sacar fotos en el desfile solidario que también se organizó para conseguir fondos. “Nos pusimos a charlar sobre su interés por la fotografía y al otro día estaba sacando fotos conmigo en un cumpleaños”, dijo. Y agregó que “con el tiempo me di cuenta de que lo que ella quería era vivir la mayor cantidad de cosas posibles, interpreté que era porque conocía las consecuencia de su enfermedad”.
Con ese estilo de vida, pensando en cómo disfrutar cada momento, Coti siempre se mostró optimista. Es por eso que su tío, Fernando Goldberg no dudó ni un minuto en asegurar que “estaba convencida de que iba a volver de Estados Unidos. Pero su cuerpo no resistió. Ahora, sólo esperamos reencontrarnos con sus padres y su hermano y poder despedirnos de ella”.

