Las mamihockistas ponían toda su voluntad, pero las cosas empezaban a irse de sus manos: las nenas, sus dirigidas, revoleaban los sticks como banderines de guerra, a centímetros de compañeras de equipo, contrincantes y caminantes desprevenidos que atravesaban la cancha improvisada en el césped del Parque Provincial de Rawson. Un poco más allá, las adolescentes que jugaban al fútbol cruzaban misilazos. Y en la cancha de básquet, igual que en las postas donde hacían juegos tradicionales, todos saltaban desaforados, con las mejillas encendidas, bajo un Sol radiante que vino ideal para la celebración del Día del Niño al aire libre, lejos de la amenaza fantasma de la gripe A y del aburrimiento.

Unas 10.000 personas fueron a la fiesta infantil en ese lugar, según cálculos de la Guardia Urbana de Rawson. A la entrada recibían una bolsa con golosinas y un número para los sorteos de juguetes y bicicletas. Y de inmediato hacían la primera parada, junto a la cola que pujaba contra los cuatro camiones del Ejército, de donde salía el chocolate caliente sin descanso. Una ristra de tablones hacía las veces de mostrador de entrega, donde se apilaban los vasitos plásticos con las medialunas.

Como el Sol y los 22 grados del clima invitaban a no quedarse quieto, los chicos no resistieron la oferta que el municipio rawsino había desplegado en el parque. Mientras se turnaban los equipos por el hockey y el fútbol, otros grupos mixtos se sacaban chispas al básquet, casi pegados al lugar donde padres contra hijos, hijos contra hermanos, invitados contra acompañantes, se medían en la mesa de ping pong.

Sobre el pasto, dirigidos por los profes del municipio, las nenas humillaban a los nenes en el salto de la soga: 30 a 40 saltos promedio por tanda ellas, menos de 10 ellos. Pero el género se reivindicaba en la carrera de embolsados: aunque despatarrados, con las arpilleras enredadas en los tobillos y cara de no dar más, los varoncitos llegaban casi siempre primeros a la meta.

Desde la glorieta, el parque parecía una olla hirviendo. Todo en constante movimiento, todo de colores cambiantes. Entre la montonera circulaba el Gokú Illanes seguido por sus murgueros de un metro de alto. Y desde el escenario se atrapaba a la multitud con títeres, bandas en vivo y sorteos, hasta que el Sol empezó a despedirse.