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La situación de los Unitarios
Este país ha tenido sangre y fuego como constantes en su historia, y San Juan no se queda atrás. Más aún y muy contrariamente a lo que las nuevas generaciones locales suponen, esta provincia ha sido clave en los enfrentamientos en pos de decidir la situación política argentina.

A mediados del siglo pasado cuando la necesidad de establecer una Constitución Nacional se bifurca en dos caminos con pretensiones opuestas, Unitarios (que querían un gobierno central y único en Buenos Aires) y Federales (que perseguían gobiernos independientes pero unidos en cada provincia) se enfrentaban en luchas crueles a lo largo de todo el territorio nacional.

San Juan estaba gobernada por federales e iba a vivir el momento más crudo de la historia: la famosa batalla de Angaco, la más cruenta, sangrienta y larga de la guerra civil argentina. En ella murió toda una generación de sanjuaninos. La mayoría de ellos fueron reclutados por Benavídez, entonces gobernador de San Juan (federal), para retomar La Rioja.

Al entrar el general Mariano Acha en San Juan, el presbítero Timoteo Bustamante, gobernador dejado por Benavídez, huye a la primera noticia de la llegada de los unitarios. Varios de los hombres más prominentes (de color federal) también montaron en sus cabalgaduras y fueron a refugiarse en el valle de Zonda, en Ullum y en Calingasta.

El jefe de las fuerzas militares, José María Oyuela supo al instante que nada podía hacer en defensa de la ciudad y salió huyendo en dirección a Albardón, intentando reunirse con el ejército de Benavídez.

Un grupo de disidentes a los federales se terminarían uniendo a las tropas del general Acha y otros terminarían reclutados a la fuerza como había hecho Benavídez un mes antes. San Juan era una ciudad de casas chatas de adobes, calles polvorientas sin árboles y de puertas y ventanas que se cerraban al ver pasar al general Acha con su tropa.

Un pueblo fantasma conformado por mujeres y niños. No hubo entrada con tiros al aire ni caballos lanzados a feroz galope. No era la invasión de un malón. Era un ejército el que llegaba, conducido por un hombre de 41 años, de elevada estatura, de larga barba, tez blanca tostada por mil soles y de postura marcial.

En el camino a San Juan, Acha había perdido unos 380 hombres de sus 900. Fueron las valientes mujeres sanjuaninas las que sostuvieron la ciudad durante los siguientes 4 días sin ley. Sin policía, ni gobierno, ni hombres, ni caballos y con los recursos al límite las mujeres condujeron esta ciudad. Hasta el cura (Timoteo Bustamante) las había abandonado a su suerte. En aquellos años la guerra significaba saqueos, violaciones e incendios.

Al general Acha se lo recuerda por ser un caballero en días donde el honor era escaso. Las órdenes de Acha, tras la entrada sin gloria ni violencia, fueron: ”quiero una completa requisa de todas las casas. Arma que encuentren, la traen. Necesitamos además cuanto animal exista en San Juan y todos los alimentos disponibles“.

La casa de Benavidez estaba ubicada en lo que hoy es la calle Santa Fe, entre la calle del Cabildo (hoy General Acha) y la calle Mendoza. Acha llamó a uno de sus oficiales: ‘Ponga una guardia permanente en esa casa. No quiero que algún loco haga algo a su familia‘, dijo.
El grueso de la tropa unitaria instaló su campamento en La Chacarilla, a unos 2 km de la plaza. Durante dos días, Acha ocupaba la ciudad.

La situación de los federales

Había un conflicto interno dentro del ejército. Benavídez le reclamaba a Aldao, como gobernador de San Juan y por encontrarse en territorio de su autoridad, el mando supremo con arreglo a los pactos interprovinciales en vigencia (Pacto Federal de 1831).

La solución, precaria, llego con el mando dado a Benavídez de la vanguardia, dando por resultado, el avance precipitado – sin esperar las órdenes de Aldao – de su cuerpo de 400 hombres. Al salir el sol del 16 de agosto, Benavídez ordenó carnear algunas vacas que pastaban en los potreros para que se alimentara la tropa.

Esperaba noticias sobre la llegada del ejército de Aldao. Pensaba seguir su viaje a media mañana tomando el camino más hacia el norte y desde allí marchar hacia la ciudad, intentando dejar a Acha entre dos fuegos: su ejército desde el norte y Aldao desde el sur.

El grueso del ejército federal venía aun marchando y sin perspectivas de que se desplegase en línea de batalla. Aldao tenía la desventaja de llegar a Angaco después de una ‘travesía‘ sin agua de 150 kilómetros. Aldao, contrariado con su camarada y seguro de conservar aun la superioridad, no hizo nada para apoyarlo.

Benavídez, a pesar de sus esfuerzos, y no pudiendo superar la acequia, se vio obligado a retroceder dos horas después de iniciado el combate. La mitad de los hombres de Benavídez había sucumbido, y la mayor parte de sus oficiales, entre ellos el coronel José Manuel Espinosa, a mediodía, habían muerto. Sus hombres, desbandados, se dispersaron en diversas direcciones. Aldao confiaba en su numerosa caballería y se lanzó al ataque con ella.

Fue en ese preciso instante cuando la artillería unitaria comenzó a vomitar su fuego. Y aquel pedazo de suelo sanjuanino se llenó de polvo, pólvora, olores, gritos, pedazos mutilados de cuerpos de hombres y bestias que saltaban por el aire.

La batalla había comenzado y el reducido ejército de Acha causaba centenares de víctimas en las filas federales. El resto del ejército federal huyó hacia el interior de la provincia de San Juan. Eran aproximadamente las cinco de la tarde.

La batalla se había extendido por siete horas, combatiendo sin descanso desde las nueve de la mañana. Por su parte, Benavídez se dirigió hacia la ciudad de San Juan, donde reunió cuatrocientos hombres, simulando haber triunfado en la contienda.