Este viernes se cumplió el último paso para que monseñor Jorge Lozano quede oficialmente nombrado Arzobispo de San Juan de la mano del Nuncio Apostólico del papa Francisco en Argentina, monseñor Emil Paul Tscherrig, quien le hizo la imposición del Palio Episcopal.

 

 

El traspaso de mando de monseñor Alfonso Delgado a su par Jorge Lozano comenzó el 17 de junio. Tras el acto de rigor llegó la homilía de Lozano

 

La homilía completa

 

“Jesús llamó a los que quiso… para que estuvieran con él y enviarlos a predicar.” ¡Con muy pocas palabras San Marcos nos cuenta una realidad profunda! Quiero comenzar dando gracias a Dios y a todos ustedes por los gestos de cariño y las oraciones que tanto bien me hacen. Por las palabras de aliento de estas semanas. Y gracias por venir en esta noche.

 

Al Señor Gobernador, funcionarios. A los legisladores nacionales y provinciales, a los representantes del poder judicial, intendentes departamentales. A los miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad.

 

A mi familia y amigos. A mis hermanos obispos de la Región Pastoral. Al Obispo vecino de la Arquidiócesis de La Serena de la República hermana de Chile, Mons. René Rebolledo Salinas. Al Nuncio Apostólico, representante de nuestro querido Papa Francisco. A mis “patroncitos” del Hogar de Cristo que siguen luchando por una calidad de vida cada vez más digna. A quienes se unen a esta celebración desde la Cripta de esta Iglesia Catedral y por la señal de Canal 4. ¡Muy bienvenidos!

 

En esta celebración estamos participando quienes somos diversos en vocación y misión. Todos nosotros igualados en dignidad por el Bautismo que nos hace compartir la alegría de ser miembros de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. La vocación a la santidad es universal y de eso cada uno es responsable.

 

Los laicos llamados a la construcción del mundo según los valores del Reino, en la vida laboral, el estudio, la vida familiar. En la vocación política, social, sindical. Los agentes pastorales que participan en la construcción de la comunidad cristiana por medio de la catequesis, la liturgia, la caridad, la misión…

 

Los diversos movimientos e instituciones laicales. Los consagrados y consagradas, religiosos y religiosas que desde sus carismas enriquecen y dinamizan la vida de la Iglesia. Los seminaristas, los jóvenes (varones y mujeres) que se preparan para consagrar la vida a Dios en el servicio a los hermanos. Los diáconos que nos muestran el rostro de Jesús servidor. Los presbíteros con quienes nos unen lazos espirituales y sacramentales, junto a quienes comparto la misión evangelizadora en toda la provincia.

 

Los obispos, sucesores de los apóstoles, llamados por Jesús para estar con Él y ser enviados a predicar. (Mc. 3, 13-14) En este pasaje del Evangelio se destaca que la vocación es iniciativa de Jesús: “llamó a su lado a los que quiso” (Mc. 3, 13) y la respuesta libre de los convocados que “fueron hacia Él”.

 

Misión y Comunión, comunión y misión, son inseparables. Lo que es diverso se une no por voluntarismo sino por la fuerza del Espíritu Santo. No somos socios de un club, una mutual solidaria o una ONG piadosa. Como la harina se une con el agua para darnos el pan, así el Espíritu Santo nos une a todos.

 

Gracias a su acción la diversidad no deriva en dispersión estando cada uno en su mundo, sino unidos para la misión, cada cual aportando su carisma para el bien de la Comunidad toda. La comunión es con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Somos familia de la Trinidad, llamados a ser habitados y colmados del Amor y la Paz que vienen de Dios. Hablamos de una experiencia comunitaria (no sólo individual) lo que hemos tocado (juntos), lo que hemos visto (juntos), y lo que hemos oído (juntos) se lo anunciamos (juntos), para que nuestra alegría sea completa. (cfr. I Jn. 1)

 

La comunión y la misión son fuente y causa de alegría. Una Iglesia triste es una comunidad envejecida espiritualmente, que vive con las puertas cerradas sin dejar salir ni entrar a nadie. Si la comunión es para mirarnos las caras, o decir que somos los puros que no se contaminan con los demás, nos ahogamos y terminamos mordiéndonos unos a otros (cfr Gal 5, 15). Nos convertimos en esterilidad aislada.

 

Somos Iglesia en Salida para compartir Buenas Noticias. “Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo» [EN 80].” (EG 10)

 

Es una realidad concreta, no abstracta. Esta comunidad, este obispo, este sacerdote, este hermano, este esposo o esposa. Debemos cuidarnos de la tentación de idealizar y racionalizar. “Una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta en la que podamos vivir una experiencia permanente del discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa.” (DA 156)

 

Las diversidades son legítimas y buenas. Puede haber miradas diversas, discusiones incluso fuertes como las tuvieron los primeros cristianos y las hubo a lo largo de la historia de la Iglesia. Pero sin lastimarnos. El obispo es principio de comunión fraterna para reunir a los diversos, para sumar a todos en la misma misión. Les pido que me ayuden a plasmar esta vocación. Jesús sigue diciendo “por favor vayan, salgan”. “¿Adónde, Señor?” “A las periferias.”

 

En la Iglesia corremos el riesgo de intelectualizar y diluir la fuerza de este llamado. “Ir a las periferias, ¿viene del griego o el latín? ¿Es ir o estar en las periferias? ¿Es para que la periferia sea el centro o traer la periferia al centro?” Como no lo entiendo, me quedo donde estoy.

 

Nos están esperando. A veces compartiendo reuniones de trabajo alguien mira el reloj y dice “me tengo que ir, me están esperando”. Ojalá podamos en cada comunidad darnos cuenta de que muchos aguardan nuestra cercanía fraterna, la alegría del Evangelio. Nos están esperando. De la mano de María, madre de la ternura, y con el ejemplo de San Juan Bautista renovemos nuestro entusiasmo y fervor cristiano.